Corrí a Seúl. Llegué a las cuatro o cinco de la madrugada. Desde un café telefoneé a la casa de Jisoo, la hice despertar y le dije que debía verla sin pérdida de tiempo. Luego corrí a su casa. Jisoo estaba esperándome en la puerta de calle. Al llegar al quinto piso, vi a Jisoo frente al ascensor, con los ojos inútiles muy abiertos. La agarré de un brazo y la arrastré dentro. Jisoo, como una idiota, vino detrás y me miraba asombrada. La hice echar. Apenas salió, le grité a la ciega:
—¡Vengo de la estancia! ¡Rosé era la amante de Jennie! La cara de Jisoo se puso mortalmente rígida.
—¡Imbécil! —gritó entre dientes, con un odio helado. Exasperada por su incredulidad, le grité:
—¡Usted es la imbécil! ¡Rosé era también mi amante y la amante de muchas otras!
Sentí un horrendo placer, mientras la ciega, de pie, parecía de piedra.
—¡Sí! —grité—. ¡Yo la engañaba a usted y ella nos engañaba a todas!
¡Pero ahora ya no podrá engañar a nadie! ¿Comprende? ¡A nadie! ¡A nadie!
—¡Insensata! —aulló la ciega con una voz de fiera y corrió hacia mí con unas manos que parecían garras.
Me hice a un lado y tropezó contra una mesita, cayéndose. Con increíble rapidez, se incorporó y me persiguió por toda la sala, tropezando con sillas y muebles, mientras lloraba con un llanto seco, sin lágrimas, y gritaba esa sola palabra: ¡insensata!
Escapé a la calle por la escalera, después de derribar al mucamo que quiso interponerse. Me poseían el odio, el desprecio y la compasión. Cuando me entregué, en la comisaría, eran casi las seis. A través de la ventanita de mi calabozo vi cómo nacía un nuevo día, con un cielo ya sin nubes. Pensé que muchos hombres y mujeres comenzarían a despertarse y luego tomarían el desayuno y leerían el diario e irían a la oficina, o darían de comer a sus hijos o al gato, o comentarían el film de la noche anterior. Sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de mi cuerpo.
En estos meses de encierro he intentado muchas veces razonar la última palabra de la ciega, la palabra insensata. Un cansancio muy grande, o quizá oscuro instinto, me lo impide reiteradamente. Algún día tal vez logre hacerlo y entonces analizaré también los motivos que pudo haber tenido Jisoo para suicidarse.
Al menos puedo pintar, aunque sospecho que los médicos se ríen a mis espaldas, como sospecho que se rieron durante el proceso cuando mencioné la escena de la ventana.
Sólo existió un ser que entendía mi pintura. Mientras tanto, estos cuadros deben de confirmarlos cada vez más en su estúpido punto de vista. Y los muros de este infierno serán, así, cada día más herméticos.
Fin.
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El Túnel
FanfictionEn una trama de amor y muerte que aborda la soledad del individuo contemporáneo, la pintora Lalisa Manoban se debate por comprender las causas que la arrastraron a matar a la mujer que amaba, Roseanne Park, y que era su única vía de salvación. En es...