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La estación hacia la que me dirigía es una de esas estaciones de campo con unos cuantos paisanos, un jefe en mangas de camisa, una volanta y unos tarros de leche.

Me irritaron dos hechos: la ausencia de Rosé y la presencia de un chofer. Apenas descendí, se me acercó y me preguntó:

—¿Usted es la señorita Manoban?

—No —respondí serenamente—. No soy la señorita Manoban.

En seguida pensé que iba a ser difícil esperar en la estación el tren de vuelta; podría tardar medio día o cosa así. Resolví, con malhumor, reconocer mi identidad.

—Sí —agregué, casi inmediatamente—, soy la señorita Manoban. El chofer me miró con asombro.

—Tome —le dije, entregándole mi valija y mi caja de pintura. Caminamos hasta el auto.

—La señora Rosé ha tenido una indisposición —me explicó el hombre. "¡Una indisposición!", murmuré con sorna.

¡Cómo conocía esos subterfugios! Nuevamente me acometió la idea de volverme a Seúl, pero ahora, además de la espera del tren había otro hecho: la necesidad de convencer al chofer de que yo no era, efectivamente, Manoban o, quizá, la necesidad de convencerlo de que, si bien era la señorita Manoban, no era loca. Medité rápidamente en las diferentes posibilidades que se me presentaban y llegué a la conclusión de que, en cualquier caso, sería difícil convencer al chofer. Decidí dejarme arrastrar a la estancia.

Además, ¿qué pasaría en caso de volverme? Era fácil de prever porque sería la repetición de muchas situaciones anteriores: me quedaría con mi rabia, aumentada por la imposibilidad de descargarla en Roseanne, sufriría horriblemente por no verla, no podría trabajar, y todo en honor a una hipotética mortificación de Roseanne. Y digo hipotética porque jamás pude comprobar si verdaderamente la mortificaban esa clase de represalias.

Jennie tenía cierto parecido con Jisoo (creo haber dicho ya que son primas); eran de la misma altura, tez blanca, flaca; pero de mirada escurridiza. "Esta mujer es una desinteresada y una hipócrita", pensé. Este pensamiento me alegró (al menos así lo creí en ese instante).

Me recibió con una cortesía irónica y me presentó a una mujer flaca que fumaba con una boquilla larguísima. Tenía acento parisiense, se llamaba Amelie Kim, era malvada y miope. ¿Pero dónde diablos se habría metido Roseanne? ¿Estaría indispuesta de verdad, entonces? Yo estaba tan ansiosa que me había olvidado casi de la presencia de esos entes.

Pero al recordar de pronto mi situación, me di bruscamente vuelta, en dirección a Jennie, para controlarla. Es un método que da excelentes resultados con individuos de este género.
Jennie estaba escrutándome con ojos irónicos, que trató de cambiar instantáneamente.

—Rosé tuvo una indisposición y se ha recostado —dijo.— Pero creo que bajará pronto.

Me maldije mentalmente por distraerme: con aquella gente era necesario estar en constante guardia; además, tenía el firme propósito de levantar un censo de sus formas de pensar, de sus chistes, de sus reacciones, de sus sentimientos: todo me era de gran utilidad con Roseanne. Me dispuse, pues, a escuchar y ver y traté de hacerlo en el mejor estado de ánimo posible. Volví a pensar que me alegraba el aspecto de general hipocresía de Jennie y la parisina. Sin embargo, mi estado de ánimo era sombrío.

—Así que usted es pintora —dijo la mujer miope, mirándome con los ojos semicerrados, como se hace cuando hay viento con tierra.

Ese gesto, provocado seguramente por su deseo de mejorar la miopía sin anteojos (como si con anteojos pudiera ser más fea) aumentaba su aire de insolencia e hipocresía.

—Sí, señora —respondí con rabia. Tenía la certeza de que era señorita.

—Manoban es una magnífica pintora —explicó Jennie.

Después agregó una serie de idioteces a manera de elogio, repitiendo esas pavadas que los críticos escribían sobre mí cada vez que había una exposición: "sólido", etcétera. No puedo negar que al repetir esos lugares comunes revelaba cierto sentido del humor. Vi que Amelie volvía a examinarme con los ojitos semicerrados y me puse bastante nerviosa, pensando que hablaría de mí. Aún no la conocía bien.

—¿Qué pintores prefiere? —me preguntó como quien está tomando examen.

No, ahora que recuerdo, eso me lo preguntó después que bajamos. Apenas me presentó a esa mujer, que estaba sentada en el jardín, cerca de una mesa donde se habían puesto las cosas para el té, Jennie me llevó adentro, a la pieza que me habían destinado.

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