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Al verla caminar por la vereda de enfrente, todas las variantes se amontonaron y revolvieron en mi cabeza. Confusamente, sentí que surgían en mi conciencia frases íntegras elaboradas y aprendidas en aquella larga gimnasia preparatoria: "¿Tiene mucho interés en el arte?", "¿Por qué miró sólo la ventanita?", etcétera.

Con más insistencia que ninguna otra, surgía una frase que yo había desechado por grosera y que en ese momento me llenaba de vergüenza y me hacía sentir aun más ridícula: "¿Le gusta Lalisa Manoban?".

Las frases, sueltas y mezcladas, formaban un tumultuoso rompecabezas en movimiento, hasta que comprendí que era inútil preocuparme de esa manera, recordé que era ella quien debía tomar la iniciativa de cualquier conversación. Y desde ese momento me sentí estúpidamente tranquilizada, y hasta creo que llegué a pensar, también estúpidamente: "Vamos a ver ahora cómo se las arreglará."

Mientras tanto, y a pesar de ese razonamiento, me sentía tan nerviosa y emocionada que no atinaba a otra cosa que a seguir su marcha por la vereda de enfrente, sin pensar que si quería darle al menos la hipotética posibilidad de preguntarme una dirección tenía que cruzar la vereda y acercarme. Nada más grotesco, en efecto, que suponerla pidiéndome a gritos, desde allá, una dirección.

¿Qué haría? ¿Hasta cuándo duraría esa situación? Me sentí infinitamente desgraciada. Caminamos varías cuadras. Ella siguió caminando con decisión. Estaba muy triste, pero tenía que seguir hasta el fin, no era posible que después de haber esperado este instante durante meses dejase escapar la oportunidad. Y el andar rápidamente mientras mi espíritu vacilaba tanto me producía una sensación singular, mi pensamiento era como un gusano ciego y torpe dentro de un automóvil a gran velocidad.

Dio vuelta en una esquina, caminó unos pasos y entró en el edificio de la Compañía YG Entertainment. Comprendí que tenía que decidirme rápidamente y entré detrás, aunque sentí que en esos momentos estaba haciendo algo desproporcionado y monstruoso.

Esperaba el ascensor. No había nadie más. Alguien más audaz que yo pronunció desde mi interior esta pregunta increíblemente estúpida:

-¿Éste es el edificio YG Entertainment?

Un cartel de varios metros de largo, que abarcaba todo el frente del edificio, proclamaba que, en efecto, ése era el edificio de YG Entertainment.


No obstante, ella se dio vuelta con sencillez y me respondió afirmativamente. (Más tarde, reflexionando sobre mi pregunta y sobre la sencillez y tranquilidad con que ella me respondió, llegué a la conclusión de que, al fin y al cabo, sucede que muchas veces uno no ve carteles demasiado grandes; y que, por lo tanto, la pregunta no era tan irremediablemente estúpida como había pensado en los primeros momentos).

Pero en seguida, al mirarme, se sonrojó tan intensamente, que comprendí me había reconocido. Una variante que jamás había pensado y

sin embargo muy lógica, pues mi fotografía había aparecido muchísimas veces en revistas y diarios.

Me emocioné tanto que sólo atiné a otra pregunta desafortunada; le dije bruscamente:

-¿Por qué se sonroja?

Se sonrojó aún más e iba a responder quizá algo cuando, ya completamente perdido el control, agregué atropelladamente:

-Usted se sonroja porque me ha reconocido. Y usted cree que esto es una casualidad, pero no es una casualidad, nunca hay casualidades. He pensado en usted varios meses. Hoy la encontré por la calle y la seguí. Tengo algo importante que preguntarle, algo referente a la ventanita,


¿comprende?

Ella estaba asustada:

-¿La ventanita? -balbuceó-. ¿Qué ventanita?

Sentí que se me aflojaban las piernas. ¿Era posible que no la recordara? Entonces no le había dado la menor importancia, la había mirado por simple curiosidad. Me sentí grotesca y pensé vertiginosamente que todo lo que había pensado y hecho durante esos meses (incluyendo esta escena) era el colmo de la desproporción y del ridículo, una de esas típicas construcciones imaginarias mías, tan presuntuosas como esas reconstrucciones de un dinosaurio realizadas a partir de una vértebra rota.

La muchacha estaba próxima al llanto. Pensé que el mundo se me venía abajo, sin que yo atinara a nada tranquilo o eficaz. Me encontré

diciendo algo que ahora me avergüenza escribir .

-Veo que me he equivocado. Buenas tardes.

Salí apresuradamente y caminé casi corriendo en una dirección cualquiera. Habría caminado una cuadra cuando oí detrás una voz que me decía:

-¡Señorita, señorita!


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