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Mis interrogatorios, cada día más frecuentes y retorcidos, eran a propósito de sus silencios, sus miradas, sus palabras perdidas, algún viaje a la estancia, sus amores. Una vez le pregunté por qué se hacía llamar "señorita Park", en vez de "Kim". Sonrió y me dijo:

—¡Qué niña sos! ¿Qué importancia puede tener eso?

—Para mí tiene mucha importancia —respondí examinando sus ojos.

—Es una costumbre de familia —me respondió, abandonando la sonrisa.

—Sin embargo —aduje—, la primera vez que hablé a tu casa y pregunté por la "Señorita Park" la mucama vaciló un instante antes de responderme.

—Te habrá parecido.

—Puede ser. Pero ¿por qué no me corrigió?
Rosé volvió a sonreír, esta vez con mayor intensidad.

—Te acabo de explicar —dijo— que es costumbre nuestra, de manera que la mucama también lo sabe. Todos me llaman Roseanne Park.

—Roseanne Park me parece natural, pero menos natural me parece que la mucama se extrañe tan poco cuando te llaman "señorita".

—Ah... no me di cuenta de que era eso lo que te sorprendía. Bueno, no es lo acostumbrado y quizá eso explica la vacilación de la mucama.
Se quedó pensativa, como si por primera vez advirtiese el problema.

—Y sin embargo no me corrigió —insistí.

—¿Quién? —preguntó ella, como volviendo a la conciencia.

—La mucama. No me corrigió lo de señorita.

—Pero, Lalisa, todo eso no tiene absolutamente ninguna importancia y no sé qué quieres demostrar.

—Quiero demostrar que probablemente no era la primera vez que se te llamaba señorita. La primera vez la mucama habría corregido. Rosé se echó a reír.

—Sos completamente fantástica —dijo casi con alegría, acariciándome con ternura. Permanecí seria.

—Además —proseguí—, cuando me atendiste por primera vez tu voz era neutra, casi oficinesca, hasta que cerraste la puerta. Luego seguiste hablando con voz tierna. ¿Por qué ese cambio?

—Pero, Lisa —respondió, poniéndose seria—, ¿cómo podía hablarte así delante de la mucama?

—Sí, eso es razonable; pero dijiste: "cuando cierro la puerta saben que no deben molestarme". Esa frase no podía referirse a mí, puesto que era la primera vez que te hablaba. Tampoco se podía referir a Jennie, puesto que la puedes ver cuantas veces quieras en la estancia. Me parece evidente que debe de haber otras personas que te hablan o que te hablaban. ¿No es así? – Rosé me miró con tristeza.

—En vez de mirarme con tristeza podrías contestar —comenté con irritación.

—Pero, Lisa, todo lo que estás diciendo es una puerilidad. Claro que hablan otras personas: primos, amigos de la familia, mi madre, qué sé yo...

—Pero me parece que para conversaciones de ese tipo no hay necesidad de esconderse.

—¡Y quién te autoriza a decir que yo me escondo! —respondió con violencia.

—No te excites. Tu misma me has hablado en una oportunidad de una tal Sulli, que no era ni prima, ni amiga de la familia, ni tu madre. – Rosé quedó muy abatida.

— Pobre Sulli. —comentó dulcemente.

— ¿Por qué pobre?

— Sabes bien que se suicidó y que en cierto modo yo tengo algo de culpa. Me escribía cartas terribles, pero nunca pude hacer nada por ella. Pobre, pobre Sulli.

—Me gustaría que me mostrases alguna de esas cartas.

—¿Para qué, si ya ha muerto?

—No importa, me gustaría leerlas.

—Las quemé todas.

—Podías haber dicho de entrada que las habías quemado. En cambio, me dijiste "¿para qué, si ya ha muerto?" Siempre lo mismo. Además ¿por qué las quemaste, si es que verdaderamente lo has hecho? La otra vez me confesaste que guardas todas tus cartas de amor. Las cartas de esa Sulli debían de ser muy comprometedoras para que hayas hecho eso.

- ¿O no?

—No las quemé porque fueran comprometedoras, sino porque eran tristes. Me deprimían.

—¿Por qué te deprimían?

—No sé... Sulli era una mujer depresiva que no se mostraba como tal a la sociedad. Se parecía mucho a ti.

—¿Estuviste enamorada de ella?

—Por favor...

—¿Por favor qué?

—Pero no, Lisa. Tienes cada idea...

—No veo que sea descabellada. Se enamora, te escribe cartas tan tremendas que juzgas mejor quemarlas, se suicida y piensas que mi idea es descabellada. ¿Por qué?

—Porque a pesar de todo nunca estuve enamorada de ella.

—¿Por qué no?

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