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Solamente un espíritu superficial podría quedarse con la misma hipótesis, pues se derrumba al menor análisis. "Rosé quería hacerme saber que era casada para que yo viese la inconveniencia de seguir adelante." Muy bonito. Pero ¿por qué en ese caso recurrir a un procedimiento tan engorroso y cruel? ¿No podría habérmelo dicho personalmente y hasta por teléfono? ¿No podría haberme escrito, de no tener valor para decírmelo?

Quedaba todavía un argumento tremendo:
¿por qué la carta, en ese caso, no decía que era casada, corno yo lo podía ver, y no rogaba que tomara nuestras relaciones en un sentido más tranquilo? No, señores. Por el contrario, la carta era una carta destinada a consolidar nuestras relaciones, a alentarlas y a conducirlas por el camino más peligroso.

Quedaban, al parecer, las hipótesis patológicas. ¿Era posible que Rosé sintiera placer en emplear a Jisoo de intermediaria? ¿O era Jisoo quien buscaba esas oportunidades? ¿O el destino se había divertido juntando dos seres semejantes?
De pronto me arrepentí de haber llegado a esos extremos, con mi costumbre de analizar indefinidamente hechos y palabras. Recordé la mirada de Rosé fija en el árbol de la plaza, mientras oía mis opiniones; recordé su timidez, su primera huida. Y una desbordante ternura hacia ella comenzó a invadirme: Me pareció que era una frágil criatura en medio de un mundo cruel, lleno de fealdad y miseria.

Sentí lo que muchas veces había sentido desde aquel momento del salón: que era un ser semejante a mí. Olvidé mis áridos razonamientos, mis deducciones feroces. Me dediqué a imaginar su rostro, su mirada —esa mirada que me recordaba algo que no podía precisar—, su forma profunda y melancólica de razonar. Sentí que el amor anónimo que yo había alimentado durante años de soledad se había concentrado en Roseanne. ¿Cómo podía pensar cosas tan absurdas ?

Traté de olvidar, pues, todas mis estúpidas deducciones acerca del teléfono, la carta, la estancia, Jennie. Pero no pude. Los Días siguientes fueron agitados. En mi precipitación no había preguntado cuándo volvería Rosé de la estancia; el mismo día de mi visita volví a hablar por teléfono para averiguarlo; la mucama me dijo que no sabía nada; entonces le pedí la dirección de la estancia.

Esa misma noche escribí una carta desesperada, preguntándole la fecha de su regreso y pidiéndole que me hablara por teléfono en cuanto llegase a Seúl o que me escribiese. Fui hasta el Correo Central y la hice certificar, para disminuir al mínimo los riesgos.

Como decía, pasé unos días muy agitados y mil veces volvieron a mi cabeza las ideas oscuras que me atormentaban después de la visita a la calle donde estaba su casa. Tuve este sueño: visitaba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa en cierto modo conocida e infinitamente ansiada por mí desde la infancia, de manera que al entrar en ella me guiaban algunos recuerdos. Pero a veces me encontraba perdida en la oscuridad o tenía la impresión de enemigos escondidos que podían asaltarme por detrás o de gentes que cuchicheaban y se burlaban de mí, de mi ingenuidad.

¿Quiénes eran esas gentes y qué querían? Y sin embargo, y a pesar de todo, sentía que en esa casa renacían en mí los antiguos amores de la adolescencia, con los mismos temblores y esa sensación de suave locura, de temor y de alegría. Cuando me desperté, comprendí que la casa del sueño era Roseanne.

En los días que precedieron a la llegada de su carta, mi pensamiento era como un explorador perdido en un paisaje neblinoso: acá y allá, con gran esfuerzo, lograba vislumbrar vagas siluetas de hombres y cosas, indecisos perfiles de peligros y abismos. La llegada de la carta fue como la salida del sol.

Pero este sol era un sol negro, un sol nocturno. No sé si se puede decir esto, pero aunque no soy escritora y aunque no estoy segura de mi precisión, no retiraría la palabra nocturno; esta palabra era, quizá, la más apropiada para Roseanne , entre todas las que forman nuestro imperfecto lenguaje.

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