No recuerdo bien las palabras de aquella conversación por teléfono, pero sí recuerdo que en vez de pedirle perdón por la carta (la causa que mme había movido a hablar), concluí por decirle cosas más fuertes que las contenidas en la carta. Claro que eso no sucedió irrazonablemente; la verdad es que yo comencé hablándole con humildad y ternura, pero empezó a exasperarme el tono dolorido de su voz y el hecho de que no respondiese a ninguna de mis preguntas precisas, según su hábito.
El diálogo, más bien mi monólogo, fue creciendo en violencia y cuanto más violenta era, más dolorida parecía ella y más eso me exasperaba, porque yo tenía plena conciencia de mi razón y de la injusticia de su dolor. Terminé diciéndole a gritos que me mataría, que era una comediante y que necesitaba verla en seguida, en Seúl. No contestó a ninguna de mis preguntas precisas, pero finalmente, ante mi insistencia y mis amenazas de matarme, me prometió venir a Seúl, al día siguiente, "aunque no sabía para qué".
—Lo único que lograremos —agregó con voz muy débiles lastimarnos cruelmente, una vez más.
—Si no vienes, me mataré —repetí por fin—. Piensalo bien antes de tomar cualquier decisión.
Colgué el tubo sin agregar nada más, y la verdad es que en ese momento estaba decidida a matarme si ella no venía a aclarar la situación. Quedé extrañamente satisfecha al decidirlo. "Ya verá", pensé, como si se tratara de una venganza.
Ese día fue execrable.Salí de mi taller furiosamente. A pesar de que la vería al día siguiente, estaba desconsolada sentía un odio sordo e impreciso. Ahora creo que era contra mí misma, porque en el fondo sabía que mis crueles insultos no tenían fundamento. Pero me daba rabia que ella no se defendiera, y su voz dolorida y humilde, lejos de aplacarme, me enardecía más. Me desprecié. Esa tarde comencé a beber mucho y terminé buscando líos en un bar. Me apoderé de la mujer que me pareció más depravada y luego desafié a pelear a un marinero porque le hizo un chiste obsceno.
No recuerdo lo que pasó después, excepto que comenzamos a pelear y que la gente nos separó en medio de una gran alegría. Después me recuerdo con la mujer esa en la calle. El fresco me hizo bien. A la madrugada la llevé al taller. Cuando llegamos se puso a reír de un cuadro que estaba sobre un caballete. (No sé si dije que, desde la escena de la ventana, mi pintura se fue transformando paulatinamente: era como si los seres y cosas de mi antigua pintura hubieran sufrido un cataclismo cósmico. Ya hablaré de esto más adelante, porque ahora quie- ro relatar lo que sucedió en aquellos días decisivos.)
La mujer miró, riéndose, el cuadro y después me miró a mí, como en demanda de una explicación. Como ustedes supondrán, me importaba un bledo el juicio que aquella desgraciada podría formarse de mi arte. Le dije que no perdiéramos tiempo en pavadas. Estábamos en la cama, cuando de pronto cruzó por mi cabeza una idea tremenda: la expresión de la rumana se parecía a una expresión que alguna vez había observado en Roseanne.
—¡Puta! —grité enloquecida, apartándome con asco—. ¡Claro que es una puta!
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El Túnel
FanfictionEn una trama de amor y muerte que aborda la soledad del individuo contemporáneo, la pintora Lalisa Manoban se debate por comprender las causas que la arrastraron a matar a la mujer que amaba, Roseanne Park, y que era su única vía de salvación. En es...