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—No sé, verdaderamente. Quizá porque no era mi tipo.

—Dijiste que se parecía a mí.

—Por Dios, quise decir que se parecía a ti en cierto sentido, pero no que fuera idéntica. Era una mujer incapaz de crear nada, era destructiva, tenía una inteligencia mortal, era una nihilista. Algo así como tu parte negativa.

—Está bien. Pero sigo sin comprender la necesidad de quemar las cartas.

—Te repito que las quemé porque me deprimían.

—Pero podías tenerlas guardadas sin leerlas. Eso sólo prueba que las releíste hasta quemarlas. Y si las releías sería por algo, por algo que debería atraerte en ella.

—Yo no he dicho que no me atrajese.

—Dijiste que no era tu tipo.

—Dios mío, Dios mío. La muerte tampoco es mi tipo y no obstante muchas veces me atrae. Sulli me atraía casi como me atrae la muerte o la nada. Pero creo que uno no debe entregarse pasivamente a esos sentimientos. Por eso tal vez no la quise. Por eso quemé sus cartas. Cuando murió, decidí destruir todo lo que prolongaba su existencia.

Rosé se quedó callada y no pude lograr una palabra más acerca de Sulli. Pero debo agregar que no era esa mujer lo que más me torturó, porque al fin y al cabo de ella llegué a saber bastante. Eran las personas desconocidas, las sombras que jamás mencionó y que sin embargo yo sentía moverse silenciosa y oscuramente en su vida. Las peores cosas de Rosé las imaginaba precisamente con esas sombras anónimas. Me torturaba y aún hoy me tortura una palabra que se escapó de sus labios en un momento de placer físico.

Pero de todos aquellos complejos interrogatorios, hubo uno que echó tremenda luz acerca de Rosé y su amor. Naturalmente, puesto que se había casado con Jisoo, era lógico pensar que alguna vez debió sentir algo por esa mujer. Debo decir que este problema, que podríamos llamar "el problema Jisoo", fue uno de los que más me obsesionaron. Eran varios los enigmas que quería dilucidar, pero sobre todo estos dos: ¿la había querido en alguna oportunidad?, ¿la quería todavía? Estas dos preguntas no se podían tomar en forma aislada: estaban vinculadas a otras: si no quería a Jisoo, ¿a quién quería? ¿A mí? ¿A Jennie? ¿A alguno de esos misteriosos personajes del teléfono?

¿O bien era posible que quisiera a distintos seres de manera diferente, como pasa en ciertos hombres que son mujeriegos? Pero también era posible que no quisiera a nadie y que sucesivamente nos dijese a cada uno de nosotros, pobres diablas, chiquilinas, que éramos la única y que las demás eran simples sombras, seres con quienes mantenía una relación superficial o aparente. Un día decidí aclarar el problema Jisoo. Comencé preguntándole por qué se había casado con ella.

—La quería. —me respondió.

—Entonces ahora no la quieres.

—Yo no he dicho que haya dejado de quererla —respondió.

—Dijiste "la quería". No dijiste "la quiero".

—Haces siempre cuestiones de palabras y retorcés todo hasta lo increíble —protestó Roseanne —. Cuando dije que me había casado porque la quería no quise decir que ahora no la quiera.

—Ah, entonces la quieres a ella —dije rápidamente, como queriendo encontrarla en falta respecto a declaraciones hechas en interrogatorios anteriores. Calló. Parecía abatida.

—¿Por qué no respondes? —pregunté.

—Porque me parece inútil. Este diálogo lo hemos tenido muchas veces en forma casi idéntica.

—No, no es lo mismo que otras veces. Te he preguntado si ahora lo quieres a Jisoo y me has dicho que sí. Me parece recordar que en otra oportunidad, en el puerto, me dijiste que yo era la primera persona que habías querido.

Rosé volvió a quedar callada. Me irritaba en ella que no solamente era contradictoria sino que costaba un enorme esfuerzo sacarle una declaración cualquiera.

—¿Qué contestas a eso? —volví a interrogar.

—Hay muchas maneras de amar y de querer —respondió, cansada.— Te imaginarás que ahora no puedo seguir queriendo a Jisoo como hace años, cuando nos casamos, de la misma manera...

—¿De qué manera?

—¿Cómo, de qué manera? Sabes lo que quiero decir.

—No sé nada.

—Te lo he dicho muchas veces.

—Lo has dicho, pero no lo has explicado nunca.

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