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Pretexté cansancio y me fui a mi pieza apenas nos levantamos de la mesa. Mi propósito era lograr el mayor número de elementos de juicio sobre el problema. Subí la escalera, abrí la puerta de mi habitación, encendí la luz, golpeé la puerta, como quien la cierra, y me quedé en el vano escuchando. En seguida oí la voz de Jennie que decía una frase agitada, aunque no podía discernir las palabras; no hubo respuestas de Roseanne ; Jennie dijo otra frase mucho más larga y más agitada que la anterior; Rosé dijo algunas palabras en voz muy baja, superpuestas con las últimas de Jennie, seguidas de un ruido de sillas; al instante oí los pasos de alguien que subía por la escalera: me encerré rápidamente, pero me quedé escuchando a través del agujero de la llave; a los pocos momentos oí pasos que cruzaban frente a mi puerta: eran pasos de mujer. Quedé largo tiempo despierta, pensando en lo que había sucedido y tratando de oír cualquier clase de rumor. Pero no oí nada en toda la noche.

No pude dormir: empezaron a atormentarme una serie de reflexiones que no se me habían ocurrido antes. Pronto advertí que mi primera conclusión era una ingenuidad: había pensado (lo que es correcto) que no era necesario que Rosé sintiese amor por Jennie para que ella tuviera celos; esta conclusión me había tranquilizado. Ahora me daba cuenta de que si bien no era necesario tampoco era un inconveniente. Rosé podía querer a Jennie y sin embargo éste sentir celos.

Ahora bien: ¿había motivos para pensar que Rosé tenía algo con su prima? ¡Ya lo creo que había motivos! En primer lugar, si Jennie la molestaba con celos y Rosé no la quería, ¿por qué venía a cada rato a la estancia? En la estancia no vivía, ordinariamente, nadie más que Jennie , que estaba sola (yo no sabía si era soltera, viuda o divorciada, aunque creo que alguna vez Rosé me había dicho que estaba separada de su mujer; pero, en fin, lo importante era que esta mujer vivía sola en la estancia). 

En segundo lugar, un motivo para sospechar de esas relaciones era que Rosé nunca me había hablado de Jennie sino con indiferencia, es decir con la indiferencia con que se habla de un miembro cualquiera de la familia; pero jamás me había mencionado o insinuado siquiera que Jennie estuviera enamorada de ella y menos que tuviera celos. En tercer lugar, Rosé me había hablado, esa tarde, de sus debilidades. ¿Qué había querido decir? Yo le había relatado en mi carta una serie de cosas despreciables (lo de mis borracheras y lo de las prostitutas) y ella ahora me decía que me comprendía, que también ella no era solamente barcos que parten y parques en el crepúsculo. ¿Qué podía querer decir sino que en su vida había cosas tan oscuras y despreciables como en la mía? ¿No podía ser lo de Jennie una pasión baja de ese género?

Rumié esas conclusiones y las examiné a lo largo de la noche desde diferentes puntos de vista. Mi conclusión final, que consideré rigurosa, fue: Rosé es amante de Jennie. Apenas aclaró, bajé las escaleras con mi valija y mi caja de pinturas. Encontré a uno de los mucamos que había comenzado a abrir las puertas y ventanas para hacer la limpieza: le encargué que saludara de mi parte a Jennie y que le dijera que me había visto obligada a salir urgentemente para Seúl. El mucamo me miró con ojos de asombro, sobre todo cuando le dije, respondiendo a su advertencia, que me iría a pie hasta la estación.

Tuve que esperar varías horas en la pequeña estación. Por momentos pensé que aparecería Roseanne; esperaba esa posibilidad con la amarga satisfacción que se siente cuando uno es niño y se ha encerrado en alguna parte porque cree que han cometido una injusticia y espera la llegada de una persona mayor que venga a buscarlo y a reconocer la equivocación. Pero Rosé no vino. Cuando llegó el tren y miré hacia el camino por última vez, con la esperanza de que apareciera a último momento, y no la vi llegar, sentí una infinita tristeza.

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