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Esta es la carta que me envió:

He pasado tres días extraños: el mar, la playa, los caminos me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No sólo imágenes: también voces, gritos y largos silencios de otros días. Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que esta preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza.
El mar está ahí, permanente y rabioso. Mi llanto de entonces, inútil; también inútiles mis esperas en la playa solitaria, mirando tenazmente al
mar. ¿Has adivinado y pintado este recuerdo mío o has pintado el recuerdo de muchos seres como tú y yo?

Pero ahora tu figura se interpone: estás entre el mar y yo. Mis ojos encuentran tus ojos. Estás quieta y un poco desconsolada, me miras  como pidiendo ayuda.

ROSÉ

¡Cuánto la comprendía y qué maravillosos sentimientos crecieron en mí con esta carta! Hasta el hecho de tutearme de pronto me dio una certeza de que Rosé era mía. Y solamente mía: "estás entre el mar y yo"; allí no existía otro ser, estábamos solas nosotras dos, como lo intuí desde el momento en que ella miró la escena de la ventana. En verdad ¿cómo podía no tutearme si nos conocíamos desde siempre, desde mil años atrás? Si cuando ella se detuvo frente a mi cuadro y miró aquella pequeña escena sin oír ni ver la multitud que nos rodeaba, ya era como si nos hubiésemos tuteado y en seguida supe cómo era y quién era, cómo yo la necesitaba y cómo, también, yo le era necesaria.

¡Ah, y sin embargo te maté! ¡Y he sido yo quien te ha matado, yo, que veía como a través de un muro de vidrio, sin poder tocarlo, tu rostro mudo y ansioso! ¡Yo, tan estúpida, tan ciega, tan egoísta, tan cruel! Basta de efusiones. Dije que relataría esta historia en forma escueta y así lo haré.

AMABA desesperadamente a Rosé y no obstante la palabra amor no se había pronunciado entre nosotras. Esperé con ansiedad su retorno de la estancia para decírsela. Pero ella no volvía. A medida que fueron pasando los días, creció en mí una especie de locura. Le escribí una segunda carta que simplemente decía: "¡Te quiero, Rosé, te quiero, ¡te quiero!"

A los dos días recibí, por fin, una respuesta que decía estas únicas palabras: "Tengo miedo de hacerte mucho mal." Le contesté en el mismo instante: "No me importa lo que puedas hacerme. Si no pudiera amarte me moriría. Cada segundo que paso sin verte es una interminable tortura."
Pasaron días atroces, pero la contestación de Rosé no llegó.

Desesperada, escribí: "Estás pisoteando este amor."

Al otro día, por teléfono, oí su voz, remota y temblorosa. Excepto la palabra Roseanne , pronunciada repetidamente, no atiné a decir nada, ni tampoco me habría sido posible: mi garganta estaba contraída de tal modo que no podía hablar distintamente. Ella me dijo:

—Vuelvo mañana a Seúl. Te hablaré apenas llegue. Al otro día, a la tarde, me habló desde su casa.

—Te quiero ver en seguida —dije.

—Sí, nos veremos hoy mismo —respondió.

—Te espero en la plaza. —le dije. Rosé pareció vacilar. Luego respondió:

—Preferiría en la Recoleta. Estaré a las ocho.

¡Cómo esperé aquel momento, cómo caminé sin rumbo por las calles para que el tiempo pasara más rápido! ¡Qué ternura sentía en mi  alma, qué hermosos me parecían el mundo, la tarde de verano, los chicos que jugaban en la vereda! Pienso ahora hasta qué punto el amor enceguece y qué mágico poder de transformación tiene. ¡La hermosura del mundo! ¡ Si es para morirse de risa!

Habían pasado pocos minutos de las ocho cuando vi a Rosé que se acercaba, buscándome en la oscuridad. Era ya muy tarde para ver su cara, pero reconocí su manera de caminar. Nos sentamos. Le apreté un brazo y repetí su nombre insensatamente, muchas veces; no acertaba a decir otra cosa, mientras ella permanecía en silencio.

—¿Por qué te fuiste a la estancia? —pregunté por fin, con violencia—. ¿Por qué me dejaste sola? ¿Por qué dejaste esa carta en tu casa? ¿Por qué no me dijiste que eras casada? – Ella no respondía. Le estrujé el brazo. Gimió.

—Me haces mal, Lisa —dijo suavemente.

—¿Por qué no me dices  nada? ¿Por qué no respondes? – No decía nada.

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