Muchas de las conclusiones que extraje en aquel lúcido pero fantasmagórico examen eran hipotéticas, no las podía demostrar, aunque tenía la certeza de no equivocarme. Pero advertí, de pronto, que había desperdiciado, hasta ese momento, una importante posibilidad de investigación: la opinión de otras personas. Con satisfacción feroz y con claridad nunca tan intensa, pensé por primera vez en ese procedimiento y en la persona indicada: Kai. Era amigo de Jennie, amigo íntimo. Es cierto que era otro individuo despreciable: había escrito un libro de poemas acerca de la vanidad de todas las cosas humanas, pero se quejaba de que no le hubieran dado el premio nacional. No iba a detenerme en escrúpulos. Con viva repugnancia, pero con decisión, lo llamé por teléfono, le dije que tenía que verlo urgentemente, lo fui a ver a su casa, le elogié el libro de versos y (con gran disgusto suyo, que quería que siguiésemos hablando de él), le hice a boca de jarro una pregunta ya preparada:
—¿Cuánto hace que Roseanne Park es amante de Jennie?
Mi madre no me preguntaba nunca si había comido una manzana, porque habría negado; preguntaba cuántas, dando astutamente por averiguado lo que quería averiguar: si había comido o no la fruta; y yo, arrastrada sutilmente por ese acento cuantitativo respondía que sólo había comido una manzana. Kai es vanidoso pero no es zonzo: sospechó que había algo misterioso en mi pregunta y creyó evadirla contestando:
—De eso no sé nada. Y volvió a hablar del libro y del premio. Con verdadero asco, le grité:
—¡Qué gran injusticia han cometido con su libro!
Me fui corriendo. Kai no era zonzo, pero no advirtió que sus palabras eran suficientes. Eran las tres de la tarde. Ya debía estar Rosé en Seúl. Llamé por teléfono desde un café: no tenía paciencia para ir hasta el taller. En cuanto me atendió, le dije:
—Tengo que verte en seguida. - Traté de disimular mi odio porque temía que sospechara algo y no viniese a la cita. Convinimos en vernos a las cinco en el lugar de siempre.
—Aunque no veo qué saldremos ganando —agregó tristemente.
—Muchas cosas —respondí—, muchas cosas.
—¿Lo crees ? —preguntó con acento de desesperanza.
—Desde luego.
—Pues yo creo que sólo lograremos hacernos un poco más de daño, destruir un poco más el débil puente que nos comunica, herirnos con mayor crueldad... He venido porque lo has pedido tanto, pero debía haberme quedado en la estancia: Jennie está enferma.
"Otra mentira", pensé.
—Gracias —contesté secamente—. Quedamos, pues, en que nos veriamos a las cinco en punto. Rosé asintió con un suspiro.
Antes de las cinco estuve en la Recoleta, en el banco donde solíamos encontrarnos. Mi espíritu, ya ensombrecido, cayó en un total abatimiento al ver los árboles, los senderos y los bancos que habían sido testigos de nuestro amor. Pensé, con desesperada melancolía, en los instantes que habíamos pasado en aquellos jardines de la Recoleta y de la Plaza y cómo, en aquel entonces que parecía estar a una distancia innumerable, había creído en la eternidad de nuestro amor.
Todo era milagroso, alucinante, y ahora todo era sombrío y helado, en un mundo desprovisto desentido, indiferente. Por un segundo, el espanto de destruir el resto quequedaba de nuestro amor y de quedarme definitivamente sola, me hizo vacilar.Pensé que quizá era posible echar a un lado todas las dudas que me torturaban.¿Qué me importaba lo que fuera Rosé más allá de nosotras? Al ver esos bancos,esos árboles, pensé que jamás podría resignarme a perder su apoyo, aunque másno fuera que en esos instantes de comunicación, de misterioso amor que nosunía.
A medida que avanzaba en estas reflexiones, más iba haciéndome a la idea deaceptar su amor así, sin condiciones y más me iba aterrorizando la idea dequedarme sin nada, absolutamente nada. Y de ese terror fue naciendo y creciendouna modestia como sólo pueden tener los seres que no pueden elegir. Finalmente,empezó a poseerme una desbordante alegría, al darme cuenta de que nada se habíaperdido y que podía empezar, a partir de ese instante de lucidez, una nueva vida.
Desgraciadamente, Rosé me falló una vez más. A las cinco y media, alarmada, enloquecida, volví a llamarla por teléfono. Me dijeron que se había vuelto repentinamente a la estancia. Sin advertir lo que hacía, le grité a la mucama:
—¡Pero si habíamos quedado en vernos a las cinco!
—Yo no sé nada, señorita —me respondió algo asustada—. La señora salió en auto hace un rato y dijo que se quedaría allá una semana por lo menos.
¡ Una semana por lo menos! Elmundo parecía derrumbarse, todo me parecía increíble e inútil. Salí del cafécomo una sonámbula. Vi cosas absurdas: faroles, gente que andaba de un lado aotro, como si eso sirviera para algo.
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El Túnel
FanfictionEn una trama de amor y muerte que aborda la soledad del individuo contemporáneo, la pintora Lalisa Manoban se debate por comprender las causas que la arrastraron a matar a la mujer que amaba, Roseanne Park, y que era su única vía de salvación. En es...