Capítulo 15

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Durante el camino, él notó que ella se movía incómoda y se fregaba las rodillas, por lo que al llegar, le preguntó si podía pasar para ver si se había quemado mal

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Durante el camino, él notó que ella se movía incómoda y se fregaba las rodillas, por lo que al llegar, le preguntó si podía pasar para ver si se había quemado mal.

Mel lo dudó, pero el dolor comenzaba a ser tan fuerte, que pensó que sería lo mejor, además necesitaba respuestas, y sentía que era el momento, aunque no tenía idea de cómo formular las preguntas adecuadas. El dolor ni siquiera le permitía analizar lo que había sucedido minutos antes y ordenar sus ideas.

Ferrán ingresó al pequeño departamento y le pidió que se quitara el jean para revisar sus piernas.

—¿Qué? ¿Estás loco? —inquirió Mel confundida.

—No digo que te desnudes, mujer. Ve a tu habitación y ponte un short o algo así —pidió.

Mel asintió y caminó como autómata hasta su cuarto, en donde buscó un short e intentó sacarse los jeans que parecían haberse pegado a la piel. Tras un pequeño gemido de dolor, logró desprenderlos de sus piernas y se los sacó, comprobando que no quedaran gajos de piel en sus pantalones. Caminó hasta la sala con las rodillas rojas y casi en carne viva.

—Lo siento tanto... —dijo Ferrán—. No esperaba que nuestra jornada acabara así.

Ferrán le pidió que le diera un paño limpio y lo embebió en agua fría, entonces se lo puso sobre las piernas. Le dijo que se pusiera alguna crema humectante y que comprara un medicamento cuyo nombre anotó en una hoja de papel, le prometió que pronto estaría bien.

—Menos mal que ibas con jean, si tenías falda sería peor —suspiró—. Ya te he causado tantos problemas... —añadió.

—Tranquilo, no es tu culpa —dijo ella con una sonrisa dulce.

Él se encontraba a sus pies, colocando con suaves masajes una crema refrescante que ella le había traído para mostrarle si servía, era una de esas para después de las quemaduras del sol. Mel sentía que aquellas suaves caricias le estremecían la piel y sintió mucha ternura ante la tristeza que expresaban las facciones de Ferrán.

—Me pareció que querías llorar hace rato —admitió—. ¿Estás mejor?

Bastó con que dijera eso para que lágrimas gruesas comenzaran a caer por los ojos del hombre. El corazón de Mel se partió en varias partes y lo único que pudo fue acariciar su cabeza con cariño, como si se tratara de un niño, como si fuera Ian en aquellas noches cuando no podía dormir extrañando a sus padres.

—Lo siento... —dijo él secándose las lágrimas con premura.

—No, no lo sientas. Mariana me dijo que las lágrimas servían para limpiarnos por dentro y me gustó esa definición, me quedé con eso. No te reprimas conmigo, no tienes que hacerlo —dijo sorprendiéndose a sí misma por su actuar.

Ferrán acabó de colocarle la crema en silencio y luego se sentó en el sofá, justo frente a ella. Volvió a derramar algunas lágrimas, pero no dijo nada. Mel quería tomarle de la mano, abrazarle, cualquier cosa que pudiese infundirle ánimos, pero se quedó quieta ante el recuerdo de la mención de otra mujer.

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