Capítulo 37

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Al acabar la cena, Mel observó a Ferrán hacer una flor con una servilleta blanca

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Al acabar la cena, Mel observó a Ferrán hacer una flor con una servilleta blanca. Sabía que era una camelia, pero no dijo nada. Un rato después, él la observó.

—Para cerrar este día perfecto quiero darte esta flor... de color blanco... Estoy disponible entera y únicamente para ti —dijo y ella sonrió.

—También yo —respondió y tomó la flor en sus manos. Era la primera de tantas rojas que antes le había dado.

Volvieron al hotel cerca de las nueve de la noche, estaban agotados, pero completamente enamorados.

—Me volveré a duchar —dijo ella—, necesito agua caliente cuando hace frío antes de ir a la cama —añadió.

—Por supuesto, mi amor.

Camelia ingresó al cuarto de baño y se despojó de su ropa. Se quedó allí, de pie frente al espejo observando su cuerpo desnudo y helado, mientras calentaba agua en la bañera. No tardó en imaginar las manos y los besos de Ferrán recorriéndolo, y esta vez no hubo fantasmas, temblores ni náuseas, solo una punzada de calor que se instaló en su bajo vientre y se disparó al resto de su cuerpo.

—¿Ferrán? —llamó desde el baño—. ¿Quieres venir?

Ferrán se acercó a la puerta del baño e inquirió.

—¿Necesitas algo?

—A ti... —respondió ella.

—¿Estás segura? —preguntó él.

—Completamente... —añadió antes de que él ingresara y la viera desnuda frente al espejo.

Sin decir palabras, ella se metió a la bañera. El agua caliente abrazó su cuerpo y cerró los ojos dispuesta disfrutar. Nunca se había sentido tan viva, con tantas ganas de experimentar, de tirarse al vacío, de soñar.

Ferrán ingresó al baño y la contempló allí, se sacó la ropa despacio, por si ella se arrepintiera, por si no se sintiera cómoda. Pero Camelia disfrutó de verlo y, con impaciencia, le hizo sitio en el agua y él se metió.

Él se acomodó y la colocó en medio de sus piernas, para que ella quedara recostada sobre su pecho, de espaldas a él. No hicieron nada más que juntar sus pieles. Ferrán envolvió sus brazos alrededor de su abdomen y ella dejó caer su cabeza sobre su cuello.

No hicieron falta palabras y fue ella la que esta vez tomó una de las manos de Ferrán y lo invitó a subir. Él entendió el mensaje y con sumo cuidado comenzó a recorrer su cuerpo con sus manos, tan despacio y con tanta suavidad, que solo lograba afiebrar su piel y aumentar el deseo. Ferrán la enjabonó con cuidado, con un jabón artesanal que habían comprado más temprano hecho de aceites de camelia y que una vendedora había prometido que curaba la piel, el cuerpo y el alma. Comenzó por su espalda y pasó por el abdomen, subiendo a los senos para luego acariciar cada zona de su cuerpo con tanto cuidado y cariño, que Camelia pensaba que se derretiría por completo y se fundiría con el agua.

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