Capítulo 5

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A la mañana del domingo, Ferrán ingresó a la habitación para contarle a Camelia que había ido al hotel y había explicado la situación

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A la mañana del domingo, Ferrán ingresó a la habitación para contarle a Camelia que había ido al hotel y había explicado la situación. No era día de trabajo de Mariana y de Lauri, pero una chica de nombre Mirta le dio el número de una de ellas y pudo contactarlas. Le comentó que vendrían en un instante y le dio un aparato celular nuevo.

—No es necesario —dijo ella al ver que el modelo era mucho más moderno que el que tenía.

—No sabía si este estaría bien, pero si no le agrada, le compraré otro —Mel lo miró con inseguridad. Su amabilidad la apabullaba.

—Mira, Ferrán, estás disculpado, entiendo que estabas distraído, y sí, he tenido esos días como los que me preguntaste, en los que no sé bien si estoy o no en el mundo. Así que puedo comprenderte. No me ha pasado nada, estoy bien, me siento bien, no tienes que darme nada, puedes llevar el teléfono e intentar venderlo...

Mel pensaba que un mimo no podía ganar tanto dinero y se preguntaba cómo habría conseguido ese aparato, quizá le había costado todos sus ahorros.

—Me he formado en una familia muy estricta, Camelia. Mi madre me ha enseñado a reponer mis faltas y errores siempre. Ha sido mi culpa que usted estropeara su celular, así que es mi deber reponérselo, por favor, acéptelo.

Por unos instantes a Camelia le pareció que alguien había sacado a ese hombre de una de esas novelas de época. Si no fuera por su aspecto desenfadado y su vestimenta moderna, pensaría que alguno de los personajes de un libro había cobrado vida. Sus ojos profundos, su seriedad, su voz templada y cálida y su acento extranjero, lo hacían parecer alguien de otra época. Le costaba relacionar a la persona que tenía delante, con el mimo desenfadado y chistoso que las perseguía mientras las remedaba e intentaba darles alguna flor o quitarle una sonrisa.

—¡Hola! —la voz alegre de Lauri llegó antes que su dueña.

—¡Lau! ¡Mariana! —Mel no se había sentido tan feliz desde la tarde del sábado, cuando había compartido con Mariana una agradable velada—. ¡Qué gusto verlas! —añadió.

Las dos mujeres ingresaron al lugar y se acercaron a ella con cariño.

—Ferrán, ¿cómo estás? —saludó Lauri.

—Bien, ¿usted? —preguntó.

—¿Puedes dejar de tratarnos de usted? —inquirió Mariana mientras acomodaba unas almohadas bajo la cabeza de Mel—. ¿Te sientes bien, corazón?

—Sí —respondió esta—. Estoy bien, qué bueno tenerlas aquí.

—Sí, nos contó este hombre lo que sucedió y no podíamos esperar más para venir a verte.

—¿Este es tu nuevo celular? —inquirió Lauri tomándolo de la mesa de al lado—. Ferrán dijo que te conseguiría uno, pero ¡vaya! ¿No puedes atropellarme a mí también? —añadió viendo al hombre, que no pudo evitar sonreír ante la jovialidad de la muchacha.

Cuéntame un secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora