Capítulo 16

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Conversar con Camelia sobre su hija fue para Ferrán lo mejor que le había sucedido en mucho tiempo

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Conversar con Camelia sobre su hija fue para Ferrán lo mejor que le había sucedido en mucho tiempo. Desde que aquella mujer había ingresado a su mundo, todo de alguna manera se había tambaleado y por algún motivo él tenía miedo de contarle acerca de Paloma.

¿Qué iba a decirle? ¿Que era un malísimo padre que no era capaz de sacar adelante a su hija? ¿Cómo podía decirle eso a una mujer que había sacado adelante a su hermano ella sola? Ferrán se avergonzaba de su incapacidad, se sentía desdichado y frustrado, se sentía perdido.

Contarle a Camelia sobre su hija era abrir una puerta a ese mundo que todavía le faltaba ordenar. Era como cuando alguien llega a una casa sin avisar y no dio tiempo al dueño de casa a limpiar y ordenar el lugar. Ferrán intentaba recibirla en el jardín, no dejarla pasar para que no viera el desastre que había en el interior de las cuatro paredes de su alma, pero sabía que eso no duraría demasiado, al menos no si seguían avanzando, y lo hacían más rápido de lo que le parecía prudente.

Nunca había imaginado que podría volver a sentirse así, es más, cada vez que alguien lo mencionaba se cerraba bruscamente a dicha posibilidad, pero las cosas pasaron sin que se diera cuenta y esa mujer se le metió por las pequeñas rendijas que a pesar de todos sus intentos, quedaron en su alma.

No importaba cuánto cerrase su mundo, cuántas maderas clavase por la puerta para no dejar paso a nadie, siempre habría una pequeña hendidura, un minúsculo espacio por donde entraba la luz del sol y por donde se había colado Camelia en su alma sin que él pudiera hacer mucho al respecto.

Cuando vio a Naomi armar ese escándalo y tratarla tan ligeramente como lo hizo, Ferrán estuvo seguro de que todo acabaría allí. Además, otra vez había salido herida por el café caliente, ¿qué excusa le daría? Ya no podía seguir manteniéndola afuera de su desordenada casa, debía dejarla pasar, mostrarle lo que allí había, sacarse la máscara y que ella observara y decidiera. Él creyó que se iría, ¿quién querría quedarse al lado de un hombre con una hija preadolescente rebelde? ¿Quién querría llegar a una casa y ayudar a limpiar el desastre?

Pero Camelia lo escuchó con paciencia, en sus ojos no había ni una pizca de juicios o reclamos ni nada por el estilo, ella solo tuvo palabras de consuelo y de aliento para un hombre con el alma cansada y abatida, ella solo tuvo un consejo amoroso: yo te ayudaré, llegarás a su corazón. ¿Qué clase de mujer era Camelia? ¿Acaso él se merecía una mujer así en su vida?

Aquella noche no pudo dormir, se daba vueltas y vueltas en la cama entre pensamientos cargados de culpa y otros llenos de esperanza. Y el mensaje que recibió en la mañana, lo terminó de confundir, al tiempo que inundaba su corazón de una sensación de calma que no sentía en años.

Camelia le había dicho que tenía una idea, un plan que podía funcionar. Las chicas ya le habían hablado de la fiesta de los colores en el hotel, y la idea de Camelia era que él llevara a Paloma a un fin de semana diferente en el que quizás, entre diversión y algarabía, hallarían la manera de conectar.

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