Capítulo 32

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Mel llegó a su casa y se dio una ducha caliente

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Mel llegó a su casa y se dio una ducha caliente. Todas las náuseas y el asco que había sentido hacia sí misma al rememorar aquella etapa de su vida, había desaparecido. También se había ido la valentía que la había llevado a contar su más grande secreto en frente a sus amigos y a quién posiblemente fuera el amor de su vida, ahora solo le envolvía una calma silenciosa y a la vez tenebrosa, una especie de letargo y apatía que ella conocía bien, el camino hacia la depresión.

Lo único que quería era acostarse, meterse bajo sus mantas y dormir, dormir hasta que el mundo dejara de girar. Se arrepentía de lo que había hecho, había arruinado el viaje, había arruinado su vida, había alejado a Ferrán... pero había salvado a Lauri, y eso valía la pena. Ella no se merecía vivir en la oscuridad que había tragado a Mel por tanto tiempo.

Salió de la ducha, se observó de nuevo desnuda frente al espejo, vio como si un humo negro rodeara su pubis y sus pechos, como si de ese humo salieran manos que la tocaban y le lastimaban. A ella ya no le dolía, sacudió la cabeza y alejó el humo imaginario, sentía frío y unas ganas locas de que Ferrán apareciera por la puerta en ese mismo instante y la envolviera con sus brazos, le dijera que la amaba y le besara el alma.

Pero él no era el amor de su vida, era el amor de la vida de Abril, una mujer a la altura de la cual nunca podría estar. Porque ella estaba manchada, estaba sucia, era solo un objeto de placer para aquellos que se habían divertido haciéndole daño.

En ese instante lo comprendió, se sentía como un objeto, como una cosa, no como un ser humano digno de ser amado, respetado y comprendido. ¿Cómo no lo había visto antes? Aquellos chicos le habían robado su inocencia y su dignidad.

Desnuda y sin ganas, se acostó en su cama, se tapó con las mantas y cerró los ojos... ojalá no volviera a despertar, ojalá nunca hubiese abierto aquella represa de emociones y sentimientos que tantos años le costó guardar... Ojalá no hubiese hallado la llave de sus bloqueos.

—Si no lo hacías, no hubieses podido liberarte —se dijo a sí misma.

Una nueva Mel estaba naciendo en ese instante, y ella podía sentirlo. Esa sensación era como los dolores de parto, sabía que, desde esa noche, las cosas serían distintas.

—¿Qué debo hacer ahora? —inquirió para sí—. Perdonarte... —se respondió a sí misma—, Lauri no tiene la culpa de lo que le pasó, ella solo fue a buscar unas cosas con toda la ilusión de una novia a punto de casarse, no es su culpa... Y yo... yo era solo una niña estúpida jugando a ser mayor, me dejé llevar por la rebeldía de la edad y por las ganas de sobresalir... cometí un error, pero eso no era motivo para el daño que me hicieron... no lo era... No fue mi culpa, no lo fue...

Las lágrimas volvían a caer, el dolor empezaba de nuevo.

—Yo no quería que me violaran, no quería que se aprovecharan de mí. Yo no di mi permiso, y no fue mi culpa... no fue mi culpa.

Cuéntame un secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora