Capítulo 30

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Esa noche no pudo dormir, se revolcó en la cama una y otra vez y sudaba como si estuviese en un baño sauna, dos veces sintió tantas náuseas que necesito ir hasta el baño, aunque no fue capaz de expulsar nada

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Esa noche no pudo dormir, se revolcó en la cama una y otra vez y sudaba como si estuviese en un baño sauna, dos veces sintió tantas náuseas que necesito ir hasta el baño, aunque no fue capaz de expulsar nada.

Ferrán la había visto mal cuando tuvieron que salir del sanatorio, y aunque sus instintos hace rato le decían que Mel tuvo que haber vivido algo realmente fuerte, no quiso preguntar. No era el momento.

—Estará bien, la ayudaremos —prometió tomándola de la mano para infundirle un poco de paz.

Camelia no respondió. Al llegar a su casa, Ferrán le preguntó si quería que se quedara con ella, pero negó y le dijo que necesitaba estar sola. Él insistió, pero ella volvió a negarse.

Esa noche, la peor de sus pesadillas se hizo real y tan tangible que Mel sintió que había regresado en el tiempo y que todo volvía a repetirse. Pensaba en Lauri y se desesperaba al percatarse todo lo que tendría que atravesar.

—¡Es injusto! ¿Por qué a ella? ¡Estaba por casarse, era la mujer más feliz y divertida del planeta!

Gritó para sí misma mientras arrojaba al suelo lo primero que encontraba a su paso.

—¡Es injusto! —gritó como si en ello sacara todo su ser.

Se dejó llevar por sus nervios y su dolor, y angustiada en medio de la noche, abrió la ventana, pues necesitaba un poco de aire fresco para que le recordara que su pesadilla había terminado ya y que no se estaba repitiendo.

Todo volvió a cobrar vida en sus pensamientos, lo vivido, sus intentos de suicidio, las charlas forzadas con terapeutas, sus padres llorando e intentando convencerla de que debía ser fuerte y salir adelante. Su madre rota tras su intento de suicidio, recostada a su lado en la cama, llorando mientras le decía lo mucho que la amaba.

Imágenes de Lauri desde el día que la conoció se mezclaban en sus pensamientos, sus bromas, sus abrazos, sus consejos, su sonrisa.

—Yo puedo ayudarla —susurró entonces para sí—. Puedo hacer que esta experiencia me sirva para algo... Yo puedo darle una mano.

Un calor comenzó a expandirse en su pecho, Mel se prometió a sí misma estar allí para todo lo que Lauri pudiera precisar, no permitiría que la luz de su amiga se apagara, no de la misma manera en que se apagó la suya. Conocía cada uno de los estadios por los que pasaría Lauri, y no iba a dejarla sola, no iba a permitir que se hundiera.

Los días pasaron con dolorosa lentitud y todos comenzaron a vivir por y para Laura, que había despertado con los ojos vacíos, un silencio eterno y ni rastros de las sonrisas que antes iluminaban su rostro. Parecía la cáscara de la mujer que un día fue. Iban a verla, pero ella no hablaba, no dejaba que nadie la tocara, ni siquiera Sebastián, estaba perdida en un mundo que solo ella sabía, rememorando una y otra vez lo que había vivido y culpándose por miles de cosas que no pudo evitar. Las lágrimas caían en silencio por sus mejillas y el dolor parecía nunca acabar.

Cuéntame un secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora