Camelia se quedó un rato pensando en la universalidad de los dolores y sufrimientos. Al final, a todos nos duelen las mismas cosas, todos sufrimos por lo mismo. Paloma y Ferrán sentían amor, pero no lograban encontrar el camino para restaurar su relación padre-hija, la niña estaba tan triste y sola que se había abierto a ella como si la conociera de toda la vida. Mel sintió compasión por ella, tenía solo doce años y la soledad ya le dolía. Sin embargo, estaba equivocada, su padre, su tía, su abuela, todos se preocupaban por ella y la querían mucho, ¿cómo no se daba cuenta? Pensó en ella misma, en su historia, en los muchos momentos en que sintió la soledad helándole el alma y que creyó que había un muro enorme entre sus padres y ella, un muro que ninguno de ellos podía atravesar.
«Eso sucede cuando creemos que nadie nos puede entender, que lo que nos duele solo nos duele a nosotros, y no somos capaces de mirar que al otro también le duele». Pensó.
En ese momento pudo entender la soledad de Paloma, pero la experiencia y la edad también le permitían ver el otro lado de la película y comprender a Ferrán... y en él, podía entender también a sus propios padres y el dolor que ella pudo haberles causado al cerrarles todas las puertas para ayudarla.
Estaba tan equivocada y se sentía tan sola, y quizás era en esos momentos en que uno tomaba —consciente o inconscientemente— esas decisiones que luego marcarían el futuro, como, por ejemplo: cerrarse a todos y no confiar. Miró a Paloma y se prometió a sí misma ayudarla a encontrar un camino para regresar a los brazos de su padre y viceversa, ninguno de los dos se merecía ese dolor.
Paloma se incorporó, observó el paisaje y se secó las lágrimas. Mel la miró y se preguntó qué pensaría en sus largos silencios, pero luego de un rato, la niña se levantó, se sacudió la arena que tenía en el cuerpo y con una sonrisa anunció que tenía hambre y que fueran a buscar a los demás para comer. Mel intuyó que en ese instante, la niña acababa de tomar una decisión, porque algo había cambiado en sus ojitos.
Almorzaron todos juntos en una mesa grande en el restaurante, Lauri les preguntó por la aventura de la banana y Paloma contó con entusiasmo cómo Mel se moría de miedo y se aferraba a ella para no caer.
Camelia sonreía ante los relatos de la niña, que había olvidado por el momento su enfado con su padre y le informaba que debería pagar el traje de baño de Camelia.
—¡Lo compré porque ella no trajo uno! —exclamó—. ¿Cómo vienes a la playa sin uno?
—Le pregunté lo mismo —admitió Lauri—, pero nuestra amiga es un poco extraña, ya te acostumbrarás —añadió.
Todos rieron, incluso Camelia.
—¿Vamos al agua? —preguntó luego Mariana, y todos decidieron bajar a la playa.
Lauri se llevó a Paloma al agua, y Mariana los acompañó para dejar solos a Mel y a Ferrán.
—No sé cómo agradecerte esto —dijo Ferrán cuando estuvieron solos—, se ve feliz como hace mucho no la veo... ¿Qué has hecho?
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Cuéntame un secreto
Ficción GeneralHay momentos en la vida en los que tenemos que tomar decisiones importantes, esos momentos marcarán el futuro de nuestra existencia y delimitarán el camino que seguiremos. Son puntos de inflexión a partir de los cuales no hay vuelta atrás, a partir...