Capitulo Veintiséis

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Es increíble como la vida te puede conducir por lugares inimaginables. Como de repente le da a nuestra existencia un giro de ciento ochenta grados. Pensaba en ello mientras tenía la vista perdida en el exterior, en el paisaje que me brinda la altura en la que me encuentro, desde aquí podía ver toda la ciudad. Por un momento deje de ver hacia afuera y vi mi reflejo en el gran ventanal de vidrio que va desde el techo hasta el suelo. Vi a un hombre de negocios, frio, vestido con un traje negro y camisa blanca debajo, todo hecho a la medida y unos gemelos para completar. Los zapatos estaban relucientes, el pelo hacia atrás perfectamente peinado, para completar un rolex descansaba en mi muñeca, ofrecía la imagen adecuada, la imagen que todos esperaban de uno de los hijos de Jake Foster el gran hombre de negocios pero en este momento todo esto me parece tan banal, tan superficial y ahora puedo ver que toda mi vida ha sido así, vacía. Nada ha sido real. Hasta que ella llego a mi vida. Amanda. Esa chica ha logrado revolucionar mi vida por completo, opacando todo lo demás y es que con su alegría ha pintado mi mundo de color, un mundo que era blanco y negro. Amanda ha despertado algo para mí hasta ahora desconocido, no tengo palabras para expresarlo pero es algo que nunca había sentido antes, es algo fuerte, intenso, a su lado siento todo tipo de emociones, nunca antes experimentadas. Amanda logra con una de sus sonrisas hacer que mi mundo se detenga, con una de esas miradas marrones tan risueñas, tan transparente logra que mi corazón lata fuertemente contra mi pecho y quiera resguardarla del mundo para que este no destruya a un ser tan maravilloso. A su lado mi vida no esta tan vacía, todo cobra sentido. Cierro los ojos, evocándola, incluso hasta puedo percibirla. Sé que el rumbo que estoy tomando no es el correcto pero no puedo evitar esto que empieza a nacer en lo más profundo de mi alma.

Escucho dos ligeros toques en la puerta que me sacan de mis cavilaciones, lo siguiente que irrumpe el silencio es el sonido de la puerta al abrirse.

—Disculpe señor Foster—lentamente giro hacia la voz de Anne, mi secretaria, la cual tiene la mitad de su cuerpo asomado por la puerta. Le hago una seña con la cabeza para que pase y eso hace, la mujer de mediana edad camina hasta posicionarse al frente de mi escritorio mientras yo permanezco en el mismo sitio con las manos dentro de los bolsillos.

—¿Qué pasa Anne?—inquiero, serio.

—Es para avisarle que la reunión dará inicio en diez minutos—

—Está bien, gracias—

Anne asiente con una sonrisa de labios cerrados, gira sobre sus pies y retomando su camino sale de mi oficina. Bien, llegó la hora, pienso con un suspiro sonoro. Esta es la última reunión con los japoneses para cerrar el contrato, mi padre debe de estar muy complacido por haber conseguido lo que quería, aunque debo admitir que Adam y él se esforzaron bastante para llevarse este contrato entre las manos, de hecho todos nos esforzamos, fueron noches enteras planificando, evaluando el mercado, la tasa de demanda, en fin es un logro más para la empresa, para mi padre. Sin darle más vuelta al asunto salgo de mi oficina, pasando por el escritorio de Anne la cual trabajaba en su ordenador, sigo caminando por los pasillos, recibiendo el saludo de algunos empleados que por ahí circulaban, los cuales respondía con un simple asentimiento de cabeza. Cuando llego a la sala de juntas encuentro a todos presentes ocupando sus respectivos lugares.

—Buenos días—saludo con un intento de sonrisa.

Los japoneses, cinco hombres en total, el señor Izumi y su hijo Aneko acompañados de su secretario y sus dos abogados se ponen en pie junto a mi padre, Adam, Alexa y Patrick.

—Buenos días—responden los Izumi con su característico acento japonés.

Me encamino hacia mi lugar, en el medio de Alexa y Patrick y los demás toman asiento nuevamente. Busco con la mirada a Alfred, el papa de Zoraida pero no lo veo por ningún lado, bueno tampoco es que me importe mucho que esté presente o no pero como accionista que es, su deber es estar ahí. Puedo sentir la pesada mirada de mi padre en todo momento pero la ignoro, no lo veía desde el domingo en la dichosa cena y hoy ya es miércoles, lo he estado evitando todo este tiempo. No quiero seguir discutiendo mi vida con él, porque puede decir misa pero eso no cambiara nada. Por otro lado mi madre ha intentado ponerse en contacto conmigo pero no he tomado ninguna de sus llamadas, no tengo ganas de oír sus chantajes y sermones.

ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora