Capitulo Veintiocho

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Corro la distancia que me separa del ascensor y cuando estoy frente a el presiono el botón con desesperación, las lagrimas bajan como una cascada por mi cara y el nudo de mi garganta es tan grande que amenaza con estallar en cualquier momento. Siento que no puedo respirar con normalidad, el aire no llega a mis pulmones por más que inhalo ¡Por Dios si siento como si el mundo se me cayera encima! Las puertas metálicas se abren frente a mí, por suerte esta vacio, entro y rápidamente presiono el primer nivel ¡Soy una estúpida, una estúpida! Me repetía una y otra vez, me pego a la pared y lloro en silencio, mis hombros se sacuden a causa del llanto contenido. Mi pecho arde, duele ¡Joder, si que duele! Incluso mi estomago lo siento revuelvo pero esta vez no son mariposas, son monstruos. El ascensor se detiene y abre sus puertas y yo aun sigo llorando, no puedo detenerme es como si hubiesen presionado un botón para que las lagrimas salieran sin control alguno, salgo del ascensor y Simon esta en su puesto, sonríe al verme pero conforme me acerco su sonrisa se borra dando paso a un ceño fruncido, abre la boca, iba a preguntar algo pero simplemente pase por su lado sin detenerme, corro hacia la puerta y salgo al exterior, la brisa nocturna golpea mi rostro y me estremezco, esta fría, como yo ahora mismo. Sigo corriendo hasta la calle pero detengo mis pasos abruptamente ¿Cómo diablos me iré de aquí a esta hora? ¿Cómo? La calle esta desértica, miro de un lado a otro, nada. En ese instante las luces de un auto se acercan frenando justo delante de mí. Es un uber, de el desciende un señor que al verme se queda mirándome de arriba abajo debo de parecer una loca pero me importa muy poco a decir verdad, sin pensar bien lo que hago, rodeo al hombre y me acerco a la ventanilla del pasajero y toco. El chofer, un señor, también me mira raro pero baja el cristal.

—Dis.. discul... diculpe señor—le digo entre el llanto—¿Esta... dis... disponible?—

El señor continua mirandome, debo tener toda la cara roja.

—Si—responde y pestañea varia veces como para despejarse—¿A dónde va?—pregunta pero yo ya estoy subiendo al carro en la parte de atrás, el hombre que se desmonto aun sigue ahí, mirando todo.

Trato de calmarme para poder pensar con claridad pero no puedo, me siento muy mal.

—¿Señorita?—cuestiona el conductor girándose en su lugar para mirarme.

Cierro los ojos, me paso el dorso de mi mano por la cara para limpiarme un poco el rostro. Sorbo por la nariz y al no poder respirar bien por la mucusa nasal, inhalo por la boca. No puedo llegar a casa en este estado. No puedo. Pasan los segundos y aun no respondo, con manos temblorosas me aparto el pelo de la cara porque me molestaba ¿Qué voy hacer? Mi mente trabaja a mil por horas. Hasta que una idea cruza por mi mente. Solo me queda un lugar.

—Lle... lléveme a... a—con dificultad le doy la dirección de Bea.

—Bien—responde mirándome preocupado y un poco asustado y ¿Quién no lo estaría si una chica lo aborda de esa forma y en ese estado?

El señor arranca y el hombre aun seguía ahí, parado en la acera mirando fijamente el carro alejarse ¿Qué tanto miraba? Por mas que trato de calmarme no puedo mi mente repite la escena en mi cabeza constantemente; yo declarando mis sentimientos, exponiéndome y el ahí, frio, imperturbable mirándome fijamente. Y lloro mas, esta vez libremente, sin importarme que el señor me mire preocupado por el retrovisor. Llevo una mano a mi pecho y lo presiono, el dolor que siento ahora solo lo puedo comparar con el dolor que sentí cuando mi padre murió, nunca pensé que llegaría a experimentar algo parecido nuevamente, sin embargo aquí esta, presente. Y lo peor de todo es que la única culpable de ese hecho soy yo. El fue claro conmigo desde un principio, sabía a qué atenerme, sabia cual era mi lugar, no puedo culparlo por las expectativa que me hice y mucho menos por mis sentimiento, soy conciente de eso pero saberlo no lo hace menos doloroso y si que duele. Duele como el infierno saber que el hombre que amo no me corresponde. Lloro con más fuerza. Todo acabo. No hay vuelta atrás.

ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora