Capitulo Treinta y tres

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Iba caminando con los casquillos puestos y la música con el volumen a tope y todo con tal de callar mis pensamientos pero es imposible, ni siquiera la música logra callar mi mente en estos momentos. No quiero pensar, no quiero hacerlo pero no puedo evitarlo, sus palabras resuenen en mi cabeza una y una y otra vez torturándome "Andres nunca dejara a Zoraida y no porque no quiera hacerlo sino porque está atado a ella" esa, sin duda alguna fue la frase que mas caló hondo en mi porque aunque me cueste admitirlo es la verdad, es la realidad y yo lo sabía, lo sabía desde un principio pero eso no ha podido evitar que mi mente forme esas imágenes donde Andres se divorcia de ella y se quede a mi lado, en lo más profundo de mi corazón es lo que anhelo pero la realidad es otra.

Y duele, si que duele porque lo amo como nunca jamás pensé que podría llegar amar, tanto así que no concibo la sola idea de estar sin él, de solo pensarlo el corazón se me hunde y siento que me falta la respiración. Necesito de él como los peces necesitan el agua para vivir aunque suene exagerado es la verdad a estas alturas no me imagino mi vida sin el presente pero esa maldita frase no se va de mi mente arrastrándome por unos caminos sin salidas y oscuros ¿Mi amor por Andres será tan fuerte para aguantar ser su amante por toda mi vida? ¿Por cuánto tiempo lo soportare? ¿Mi corazón soportara verlo junto a Zoraida, a sus futuros hijos? Porque me imagino que es lo que esperan de ellos, que formen su familia ¡Ay Dios, de solo imaginar ese escenario sudo frio!  ¿En serio soportare verlo clandestinamente, ser el "sucio secreto que guarda en el armario"? ¿Mi corazón y yo aguantaríamos tanto?

Un tirón en el casquillo que ocupaba mi oreja derecha me saca de mis tormentosos pensamientos. Por inercia giro en esa dirección y me encuentro con la mirada asesina de Bea.

—¿Sabes que tengo cinco minutos corriendo detrás de ti por todo el campus y llamándote como loca?—abro la boca para responderle pero se me adelanta—¡Claro que no lo sabes porque tienes la música tan alta que me sorprende que no estés sorda! Tú y tu manía de escuchar la música así—niega con la cabeza con resignación.  

Si estuviera de ánimos le hubiese respondido o quizás me hubiera reído de su ataque pero ahora mismo no tengo ánimos de nada. Le quito el casquillo que aun tenía entre sus dedos y le contesto:

—Lo siento.

Busco mi celular en mi bolso, apago la música y guardo el celular junto a los audífonos. Nuevamente me vuelvo hacia ella. Bea me mira con el ceño fruncido, me inspecciona y en sus ojos brilla la preocupación.

—¿Estás bien?

Suspiro profundamente y hundo los hombros.

—No.

—¿Qué paso?

—No creo que nos dé el tiempo para explicarte. Tenemos clase.

—¡Al diablo con la señora Monroe y su clase!—mueve los brazos—Tú no estás bien, tienes cara de que en cualquier momento te echaras a llorar.

—¿Tanto se me nota que estoy hecha una mierda?—mi labio inferior tiembla.

—Ven aquí—la rubia abre los brazos y sin pensarlo me refugio en ellos—Vamos a buscar un aula vacía para que hablemos.

Simplemente asiento, lo único que necesito ahora es sacar todo esto que llevo dentro.

—Ese señor es un presuntuoso, un clasista de mierda, un soberbio, un... un... ¡Ahg!—la rubia camina de un lado a otro hace cinco minutos en los cuales también ha llamado por todos los apelativos ofensivo que pueden existir al señor Foster.

Si fuese otro momento estaría riendo pero ni para eso tengo ganas, solo estoy sentada observando a Bea. De repente detiene sus pasos y se gira hacia mí.

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