Capítulo dieciséis

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—¡Idiota, has dejado una apertura! —gritó un chico en la sala de los Vigilantes al ver que los hermanos podrían reencontrarse—. ¿No querías separarlos?

—Sí, pero así las bestias los matan de una vez —se quejó la chica, que simplemente había seguido órdenes de la Vigilante Jefe—. Han sido órdenes directas, a mí no me digas nada y haz tu trabajo.

El chico chascó la lengua, ofendido por no tener la razón. Si lo pensaba bien ellas estaban en lo correcto: la niña de dieciséis años era algo inútil, el de diecisiete demasiado blando, el mayor estaba chamuscado y el del Distrito 4 cargando con él... no parecían tener buena suerte. Con los dientes apretados vio por las pantallas que mostraban lo que grababan las cámaras de la parte principal de la arena cómo la niña pequeña del grupo chillaba asustada.


—¡Lauren! —Trevor le gritó, pidiendo que se calmase—. ¿Acaso no has estado frente a un animal salvaje?

Él tenía aún en sus brazos a un Adrien aturdido por la descarga eléctrica que había recibido minutos atrás. Lauren se tapó la boca, aterrorizada. Alex, que estaba a un metro de la bestia, dejó de respirar al instante. 

¡Les habían tendido una trampa! Seguro que ahora no podrían ir hacia atrás. Les habían encerrado junto a un muto parecido a una pantera enorme de color amarillento, como cuando echaban comida a las jaulas de los animales y sacaban la mano con rapidez. 

—Alex, no te alteres —habló intentando mantener la calma Trevor, viendo que el chico no movía ni un solo centímetro y miraba a los ojos al muto—. Ven hacia nosotros —ordenó el rubio, recibiendo como respuesta una negación mínima con la cabeza.

—M-me da miedo —soltó en un hilo de voz y moviendo muy poco la boca Alex. Estaba realmente aterrorizado. No por el muto en sí (que era bastante terrorífico), sino por sus ojos negros. Tenían algo...

—Vale. Entonces no te muevas —cambió de idea el chico del Distrito 4. Miró la posición en la que estaban, recordando a cuánto estaba Alex del campo de fuerza hacía unos segundos. Seguramente con la aparición del muto habían cambiado la localización de la barrera; probablemente les habían encerrado. Entonces necesitaba saber de dónde a dónde iba el campo de fuerza, tenía que crear una ruta de huida enseguida. Notó temblar un poco a Adrien, que miraba hacia arriba para observar la tensa escena. 

Le dio impotencia ver a su hermano a tan poca distancia de un experimento del Capitolio y no poder hacer nada para ayudar; su cuerpo no le respondía y no contestaba a sus peticiones.

Trevor vio a Lauren contener el aliento, a Alex petrificado y a Adrien sin capacidad de moverse. ¿Por qué sentía que les tenía que salvar? ¿Por qué no les dejaba allí y huía? Miró instintivamente a Lauren al pensar en eso, con sus grandes ojos abiertos e impregnados en miedo. ¿Por qué una vena protectora le consumía cuando se trataba de ella? 

Decidió parpadear para dejar de pensar en tonterías: tenía que salvarles. Él no haría lo que el Capitolio le ordenase. Escuchando los gruñidos de advertencia del muto rubio con forma de pantera pasó su vista por todos las ramas, todas las hojas, cada mota de polvo, para por fin encontrar esa luz azulada que todos los campos de fuerza tenían (y que no podían evitarse aunque el Capitolio lo quisiera; aunque sí se podía disimular un poco). Supo que su teoría era correcta: en cuanto metieron al muto en la arena, la pared con la que chocó Adrien cambió y el campo de fuerza apareció tras ellos y tras el muto. En conclusión... estaban encerrados. Vio cómo una hoja de la hierba se doblaba hacia dentro, confirmando que a su derecha (justo para dirigirse al hueco del bosque y al río) había otra barrera.

Los juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora