Susanne estaba sentada en el sofá, llena de nervios como en esa última semana. Sus hermanos habían sido su mayor apoyo y, cuando tenía que trabajar, ellos le contaban todo lo que había sucedido en los Juegos. Sin embargo, tuvo la mala suerte de presenciar con sus propios ojos cómo Roan, el hermano mayor de Kean, era asesinado.
Sintió un dolor en el pecho al recordarlo. Todos en el Distrito 7 sabían que si Roan moría lo haría salvando a alguno de sus hermanos. Y, tal como todos previeron, el segundo mayor de los Marteen fue alcanzado por su propia lanza tratando de salvar a Lauren. A Susanne le dolía bastante, eran bastante cercanos, pero sobre todo le dolía pensar en Kean. Sería algo demasiado duro para el chico con el que llevaba ya varios años saliendo.
Observó por la pequeña pantalla de su casa cómo se las arreglaban los hermanos para sobrevivir. Kean estaba solo, cosa que preocupaba aún más a Susanne. Necesitaba a alguien con él, tenía que desahogarse. Kean era una persona que se guardaba demasiado las cosas cuando se trataba de llorar y soltar su dolor. Sabía que era capaz de aguantarlo él solo hasta desmayarse. Y estaba en lo correcto, sus hermanos le habían contado que al enterarse Kean le dio un puñetazo al árbol y, poco después, cayó rendido al suelo. Por suerte Johanna le dio algo que pareció ayudarle.
Era complicado solamente observar. Ella querría estar ahí para él.
Se echó para atrás en el sofá, sin poder imaginarse lo que deberían estar pasando. Conocía a los Marteen desde hacía unos años y desde entonces se volvieron muy unidos. Cuando Cara salió de la urna se sintió horrorizada, no pudo articular ni una palabra. Tampoco quería montar un espectáculo. Sin embargo, cuando no les dieron la oportunidad de despedirse, se sintió aún más desesperada. ¿Acaso no iba a volver a verle? Sabía que Kean era capaz de sobrevivir a los Juegos, pero... ¿a qué Kean se encontraría si lograba salir de allí vivo?
Volvió a pensar en cómo sería estar allí con ellos, luchando a muerte. Realmente era algo inimaginable. Era surrealista que ella se encontrara allí, en su sofá, mientras que ellos estaban en una arena artificial matándose entre ellos.
Iba a levantarse para coger algo de comida, ya que iba a pasar su día libre allí, cuando la puerta sonó. No se quería separar del sofá en todo el día, sentía que abandonaba a Kean.
Enseñando los dientes con enfado se acercó a la puerta, pero su cara se tensó cuando un uniforme blanco e impoluto apareció frente a ella.
—Baje eso ahora mismo —ordenó con impotencia Susanne. ¿Qué hacía ese hombre apuntándole con una pistola en la cabeza? ¿Quién se creía, su madre?
Estuvo tentada a quitarle la pistola ahí mismo cuando vio que se negaba, ignorándola completamente.
—¿Susanne Tenninson?
—Depende de para qué me busquen —sonrió con ironía la rubia.
Susanne era una chica alta, delgada y con una fuerza bastante sorprendente, tanto física como mental.
De pronto Susanne cayó: quedaban pocos tributos, probablemente la llamaban para grabar las entrevistas que hacían a los conocidos importantes del Distrito de los tributos.
La cara de Susanne cambió drásticamente y sonrió con más amabilidad, aunque la expresión no llegaba a sus ojos. Susanne era una chica muy expresiva; era obvio si alguien le desagradaba o si estaba muy emocionada por algo. Y esa sonrisa falsa se alzó con sorna en un instante. Pasó de ser sarcástica y despectiva a simplemente molesta.
Obviamente no podía verle el rostro al Agente de la Paz que se encontraba a pocos metros de ella, el casco y su cristal oscuro le impedían diferenciar sus rasgos faciales. Pero apostaba cualquier cosa a que tenía una cara de culo increíble. ¡Oh, cómo le gustaba chinchar a la gente!
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Los juegos del hambre
AksiHan pasado veinticinco años desde la rebelión en la que todos los distritos de Panem perdieron, por segunda vez, contra el Capitolio. No hubo piedad y, los pocos supervivientes que quedaron, sabían que todo sería un caos. Sin embargo, tras unos durí...