Capítulo veintiocho

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Los tributos pensaban que ya no estaban en emisión. Porque, literalmente, iban a escapar de la arena. No tenía sentido que Panem viera cómo se convertían en fugitivos políticos. 

Pero sí seguían en el aire. Los ciudadanos de los Distritos estaban confundidos. ¿Había alguien infiltrado que les ayudase desde dentro? ¿Acaso había un nuevo grupo de rebeldes? 

Panem se dividió en tres grupos en poco tiempo: los que lo veían una locura y no les parecía bien que hubiera gente escapando de su destino al igual que veinticinco años atrás y revelándose contra el gobierno; los que no querían saber nada del tema ya que no querían problemas; y los que se sentían igual de oprimidos o peor y querían empezar revueltas o hacerse oír. 

Sin embargo todos sabían de la matanza que había habido en el Distrito 7, en la que habían fusilado a más de diez personas (entre ellas dos adolescentes) y habían empezado a dar latigazos. Se estaba desmadrando todo y, aunque querían hacer algún cambio, les daba aún más miedo que antes.

Llevaban veinticinco años sometidos, siendo testigos de lo que les ocurría a los que pensaran un poco diferente a ese podrido gobierno y aquello no era igual que antes. No dudarían en apuntarte con un arma a la frente si mostrabas tus desacuerdos y mucho menos dudarían en apretar el gatillo. 

Effie estaba sedada desde hacía un par de días, por lo que no se había enterado de la muerte de Lauren ni de la vuelta de Roan. La vecina que había estado cuidando de ella no era nada menos que la madre del novio de Cara, el cual estaba ocupado ayudando a toda la gente que podía.

—La plaza es una locura —susurró la señora, rezando por que a su hijo no le ocurriera nada. Para ellos era lo mismo un traidor que alguien que intentaba curar al traidor. No quería que su hijo Fortune acabara enterrado y convertido en un cadáver más.

La mayoría de los hombres mayores de diecisiete años de los Distritos empezaban a a revolucionarse y a luchar contra los Agentes de la Paz.  Por eso a esa mujer le preocupaban tanto su hijo como su marido y los amigos de ambos.

—Effie —llamó, intentando despertar a la señora. Ya habían dejado de inyectarle calmantes, debería ser capaz de despertar pronto.

Effie se removió con cansancio y abrió los ojos. Su cuerpo se sentía pesado y un pequeño dolor de cabeza punzaba en sus sienes.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó a su amiga rubia.

—¿Cuánto tiempo...? —susurró Effie, intentando incorporarse en la cama. Un quejido se escapó de su boca a la vez que apoyaba su espalda en la almohada.

—Un par de días. Cuando despertaste después del infarto el Presidente comunicó sobre la segunda Arena y te tuvimos que sedar ya que te alteraste mucho. Te ha tenido que cuidar el enfermero. El pobre ha estado de aquí para allá, cuidando a varias personas en sus propias casas ya que han quemado el hospital —explicó, acercándole un vaso de agua. Effie dio pequeños sorbos hasta que casi se atragantó al darse cuenta de que habían pasado dos días. Y ella no se había enterado de lo que había pasado.

Miró a su vecina, la cual entendió la pregunta de sus ojos y agachó la cabeza por no querer responder.

—¿Qué ha sucedido mientras estaba inconsciente? —insistió Effie.

—Lo que necesitas saber ahora es que hay alguien... alguien que está intentando sacarnos de esto —contestó dudando un poco en contarlo—, van a sacar a los tributos que quedan de la arena. Eso si no les pilla el ejército. Han empezado revueltas por los fallecidos del Distrito, pero algo que realmente necesitas saber es que Roan está vivo. Esas mismas personas que han planeado sacarles de la arena son las mismas que le han curado, o eso creo yo.

Los juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora