Llevaban un día en las cabañas. El clima parecía saber lo que estaba ocurriendo: el cielo estaba gris y unas extensas nubes oscuras lo cubrían. Hacía un ligero viento que ponía la piel de gallina y era lo suficientemente frío como para que no dieran ganas de estar mucho tiempo fuera del refugio del techo de las cabañas.
Que el tiempo estuviera revuelto no evitaba que Adrien saliese por la noche al porche, a sentirse resguardado por la humedad y el olor a hierba y tierra mojada. Tenía el pin negro de la dalia de Lauren, el cual recogió de su inerte cuerpo y en cuanto se lo clavó en el traje de los Juegos del Hambre no quiso separase de él.
Se habían cambiado todos de ropa, pero él se lo había vuelto a poner en la camiseta de manga larga blanca que estaba usando de pijama. Estaban todos durmiendo menos él. Susanne estaba descansando junto a Trevor en la zona de la enfermería; tuvieron que convencer a Kean para que la dejara descansar tranquila y que él se dirigiera a la habitación junto a sus hermanos. No sabía dónde estaban durmiendo el Consejero y la Vigilante Jefe, pero estaba tan ensimismado en sus pensamientos que dejó de analizarlo todo por unos minutos.
Necesitaba descansar su mente. Esos habían sido los días más duros de su vida y sabía que aún no habían acabado, que estaban desafiando al mismísimo Gobierno y que podrían morir en cualquier momento. ¿Sería capaz de, si sobrevivía, eliminar ese sentimiento de ansiedad y terror a la muerte? A la suya, sí, pero sobre todo a la de sus hermanos. A la de su futura sobrina.
Viendo la rapidez con la que su mente volvía a ponerse a pensar en cosas malas suspiró, sacando una leve nube de vaho. Se le estaban entumeciendo los dedos de las manos, mas quería respirar algo de aire.
Llevar el pin de su hermana pequeña le había hecho sentirse un poco mejor respecto al tema. Aun así, de solo imaginarse que si hubieran sido más cuidadosos por un poco tiempo ella estaría ahí con ellos, le hacía estremecerse de impotencia y tristeza. Sabía que este lugar le habría encantado y más con la lluvia que sabía que dentro de poco empezaría a caer.
No había podido quedarse tranquilo después de que se les pasara la emoción del compromiso de Kean y Susanne hasta que le exigió respuestas de sus preguntas a la Vigilante.
—¿Cómo te llamas? —le había preguntado con un rostro serio que pretendía mostrar que no iba a aceptar mentiras ni esquivamientos de su parte.
—Elora —le contestó viéndose reflejada en él. Eran de personalidad similar y ambos tenían el rol de líder dentro de su grupo.
—¿Cómo sé que estamos seguros aquí? ¿El Capitolio no va a venir a por nosotros hasta este lugar? Deberíamos estar planeando estrategias para defendernos y huir con éxito.
—Primero, nadie excepto yo y el Consejero sabe la ruta para llegar hasta aquí. Hay un campo de fuerza que nos envuelve hasta varios kilómetros y hace invisible la zona desde fuera. Solo se puede acceder con un escáner de retina y con la huella digital de mi dedo índice. Segundo, Beetee ha hecho que este punto sea invisible en los satélites y los radares del Capitolio, por lo que es como si fuera una parte más del bosque. Y tercero, tranquilo que ya hay algunas cosas planeadas desde hace mucho tiempo. Teníamos que estar seguros de que os sacaríamos de la arena y, aunque hay algunos contratiempos, todo va según lo previsto.
Adrien la analizó según ella se explicaba. Sus ojos grises estaban cansados y tenía unas ligeras arrugas en las comisuras que cuando hablaba se acentuaban. Su pelo negro tenía algunas raíces blanquecinas por unas cuantas canas y lo llevaba recogido en dos trenzas en ese momento. Al igual que cuando la había visto por primera, vez llevaba todo el cuerpo cubierto; un jersey negro de cuello alto de lana la arropaba, sus pantalones de pana marrones estaban arremangados ligeramente para que no arrastraran y unas botas negruzcas y desgastadas tenían los cordones perfectamente atados. Sus manos estaban cubiertas por unos guantes oscuros de cuero que dejaban enseñar los dedos.
ESTÁS LEYENDO
Los juegos del hambre
AksiHan pasado veinticinco años desde la rebelión en la que todos los distritos de Panem perdieron, por segunda vez, contra el Capitolio. No hubo piedad y, los pocos supervivientes que quedaron, sabían que todo sería un caos. Sin embargo, tras unos durí...