Capítulo once

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Después de seguir corriendo por varios minutos, vieron que el polvo ya había desaparecido. 

—¿Qué creéis que hacía? —preguntó Marianne, pero Kris la silenció.

—Calla. Seguramente lo han usado para juntar a los tributos —siseó Kris. Marianne abrió la boca, sorprendida. 

—Tiene razón. Estad alerta —concordó Kean. Por suerte ninguno había tocado esos polvos. Estaban en círculo, con las espaldas pegadas y sus hombros rozando, cada uno mirando a un extremo del sitio en el que se habían detenido.

—¿Volvemos a donde antes? —preguntó Cara, algo temerosa. ¿Podrían haber juntado ahí a los tributos para que hubiera más muertes? 

—Creo que es mejor cambiar de sitio —susurró Kean.

—Llevamos andando toda la noche. Yo creo que será mejor para ellos encontrar un sitio cercano y descansar hasta por la mañana —contradijo Roan. Los demás parecieron estar de acuerdo.

—Sí —contestó Marianne con un tono elevado de voz.

—Marianne, joder, ¿quieres bajar la voz? —insistió Kris.

—Perdón. Sí, yo prefiero buscar un sitio por aquí —susurró, repitiendo la frase anterior. 

—Vamos por la izquierda —ordenó Roan. Era el mayor del grupo, así que no le solían debatir nada. 

—¿Y si vamos por el borde? —preguntó Cara—. Los demás tributos estarán por aquí cerca, por lo que ir bordeando el bosque puede ser buena idea, ¿no?

—Sí, tienes razón —asintió Kean y miró a Roan para saber su opinión. Roan indicó con la cabeza que anduviesen hacia el exterior del bosque, en dirección al borde. Empezaron a caminar y se alejaron de la zona. Marianne escuchó como que algo se caía de un árbol, pero supuso que sería un animal nocturno. Giró la cabeza durante un segundo y pudo captar una sombra bastante veloz que desapareció cuando parpadeó. Eso le confirmó que era un animal, aunque tenía un mal presentimiento de repente. 

Solamente se escuchaba el sonido de la hierba húmeda, los crujidos de las pequeñas agujas de pino al romperse y la cansada respiración de los chicos. Ese día había sido muy duro. Habían estado toda la mañana y toda la tarde andando sin parar y sin alimentarse y cuando por fin pudieron descansar ese polvo dorado apareció haciéndoles correr y cambiarse de sitio. 

Por fin llegaron al borde del agujero, por lo que continuaron caminando recto, bordeando el camino delgado del valle. Cuando ya sintieron que se habían alejado demasiado, se metieron varios metros dentro del bosque y volvieron a colocarse para dormir.

—Puedo hacer yo la guardia —le indicó Kean a Roan, dejándole descansar. 

—No he estado casi nada de guardia, todavía puedo aguantar —le contestó, pero Kean negó.

—Da igual, prefiero hacerla yo —pareció suplicar. Roan se encogió de hombros.

—Si así lo quieres... —susurró, sin darle mucha importancia. Así dormiría más tiempo. 

Todos se acomodaron en el suelo y Kris se pegó a Roan, ya que no tenía su peluche con el que dormir. Colocó sus manos bajo la cara para que el suelo no le raspara y cerró los ojos. Físicamente se sentía fatal: tenía un hambre de perros y una sed horrible, aparte de que se sentía demasiado cansada y fatigada. Emocionalmente estaba algo tranquila; habían superado el baño de sangre y el primer día de los Juegos, además de que solo quedaban ocho tributos aparte de ellos, y ninguno de sus tres hermanos había salido en el recuento de muertos, por lo que estaban vivos. 

Los juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora