Capítulo diez

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Kean bajó la mano con la cuarta daga y miró a Adrien, que no salía de su asombro. Lauren se tapó la boca con las manos temblorosas y volvió a observar el cadáver de la amable Fionna Greengrass. Su pelo negro recogido en dos inocentes coletas estaba sobre el suelo, esparcido y con agujas de pino entre éste. 

—¿Por qué...? —susurró Alex, mirando a la fallecida y a Kean todo el rato.

—¿Se puede saber qué has hecho? —gritó de pronto Adrien, con un tono venenoso. Todos le observaron. Sus ojos ardían en furia y se colocaba el arco en el hombro, guardando la flecha—. ¡¿Por qué lo has hecho?!

—¿Por qué no? Estamos en los Juegos del Hambre, que van sobre sobrevivir —respondió Kean, impasible.

Lauren se tapó las orejas, negando con la cabeza. No, no podía ser. Su hermano no acababa de asesinar a una chica indefensa. Inocente. Era un asesino. No lo había hecho por supervivencia.   

—¡No nos iba a hacer daño! —chilló Adrien, con la vena del cuello hinchada—. ¡Estaba desarmada!

—Estaba infectada por un muto —señaló Kean a la rana, que volvía a su color blanquecino—. A lo mejor hasta le he hecho un favor. ¿Y si era contagioso?

—Me da igual todo lo que digas. Has estropeado el plan. ¡Has roto nuestras reglas! —gritó cabreado. Estaba fuera de sus cabales. Odiaba que no siguieran sus órdenes, ¡y más si se trataba de no asesinar a nadie a no ser que fuera en defensa propia!

—¿De verdad te creías que no íbamos a matar a nadie a no ser que fuera por defensa? —preguntó cínico Kean, ladeando la cabeza. Marianne se tocó la frente; entendía el punto de Kean. Aún así, la chica estaba realmente desarmada y, por cómo la habían visto actuar en los entrenamientos, no sabía defenderse. Esa chica no era ninguna amenaza para quitársela del medio.

—¡Claro que lo creíamos! —se metió Lauren. Tenía los ojos aguados y estaba temblando—. ¡Has hecho lo que ellos querían que hiciéramos! ¡Prometimos no transformarnos en lo que ellos quieren que seamos!

Kean rodó los ojos, sin inmutarse. Cara parpadeó, dividida. Entendía a Lauren y Adrien en su enfado; Fionna era una chica agradable y en realidad no había dado razones para matarla, sin embargo... también concordaba con Kean. Había que sobrevivir, y eso no significaba que había que matar solo si te atacaban. 

—Me voy de aquí. No voy a aliarme con alguien que podría matarme mientras duermo —contestó Adrien, cogiendo el carcaj de flechas y colgándoselo en la espalda. Kean se sintió ofendido.

—¿Te estás escuchando? ¡Tú eres mi hermano! No te mataría sin más —contestó él, enfadado.

—Sin más no, claro que no —se burló Adrien, se giró y procedió a andar.

—¡Voy contigo! —chilló Lauren, a pesar de que le daba miedo alejarse de Roan. Todos sabían con quién se quedaría Roan y, aunque miró con terror cómo su hermana pequeña se alejaba, no dijo nada. 

Lauren cogió sus hachas y se levantó de un salto, con las piernas como gelatina.

Cara sintió que su corazón se quebraba: se estaban separando. Se estaban formando equipos, propias alianzas en la misma familia. ¿No se tenían que defender entre ellos? ¿Qué estaban haciendo?

—Chicos, esperad —se levantó de pronto Roan. Adrien y Lauren pararon, el mayor aún indeciso por si realmente quería escucharle—. Vamos a dividirnos las cosas de las mochilas.

Adrien asintió, era justo. Kean le dio una patada a una piedra y decidió volver al borde del hueco para pensar. 

Repartieron las cosas: el bote de pepinillos, el set de cuchillos, la manta, la botella vacía y las cuerdas fueron guardados en una misma mochila, la cual se puso a la espalda Lauren. Los otros objetos se quedaron en las otras dos mochilas.

Los juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora