Capítulo dos

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Después de saber quiénes eran sus contrincantes, fueron al comedor para cenar. Había una mesa larga con cuatro sillas a cada lado y una que la reinaba, especial para la mentora. A los chicos se les parecía haber pasado el shock de enterarse de que estaban a punto de morir, pero solo a algunos.

—Wow —casi chilló Marianne al ver la decoración de oro del vagón. 

Johanna estaba algo asombrada porque era muy distinto a como cuando ella era tributo. Pero de eso hacía tanto tiempo...

—Venga, sentaos —ordenó con tono irritado. Lo cierto es que ese grupo de chicos le calmaba las constantes ganas de suicidarse. ¿Sabría eso Snow? No había mandado a nadie a vigilar que no se quitara la vida como continuamente hacían: en su casa, en el trabajo, en el baño, en cualquier sitio en el que estuviera. Había intentado tantas veces arrebatarse la vida que ya hasta le cansaba pensar en más estrategias.

Sin embargo, tenía ahí nueve cuchillos, nueve tenedores... Eso podría perfectamente funcionar...

—Johanna —llamó con inocencia Alex, lo que hizo que la chica girase la cabeza con rapidez. Todos sentían lástima por ella, y por esa razón nadie pasaba desapercibidas las miradas deseosas que le estaba echando a los cubiertos. Pero no era por ansías de comer, para nada. Vieron los ojos de la Vencedora casi avergonzada, pero que sobre todo estaba temerosa.

Los Marteen entendieron que esa mujer tenía un trauma que nunca podría superar, y eso les entristecía. ¿Qué le habría hecho el Capitolio a aquella chica agresiva para que mirase con terror a ocho adolescentes que podrían morir en sus manos en menos de dos segundos?

—¿Cuál es tu comida favorita? —preguntó Alex, que tenía a toda la mesa expectante. Johanna parpadeó. 

—Ostras —respondió, respirando para calmarse y no clavarse todos esos cuchillos en cualquier parte del cuerpo. Lauren al ver que sus ojos volvían a los cubiertos, agarró el cuchillo de manera posesiva. No dejaría que se hiciera daño.

—¿Cómo va esto? ¿Llegamos al Capitolio, nos disfrazan de árboles y desfilamos en carros? —preguntó Kean, viendo el historial de los trajes del Distrito 7 a lo largo de todos los Juegos del Hambre. Consiguió hacer sonreír a Johanna. La cara de los demás se curvó de alegría y alivio. Era la primera sonrisa que no era irónica que veían de su parte.

—Exactamente. Aunque primero vais a tener que pasar por los estilistas —rodó los ojos. Por fin, dos chicos callados empezaron a traer todos los platos. Eso era un total banquete, mas Johanna reconoció todos los platos excepto uno, que no estaba, uno de los más famosos del Capitolio: estofado de cordero con ciruelas pasas. Evitó temblar al saber por qué: era el plato favorito del Sinsajo. ¿Cuántas cosas más habrían quitado?

—¿Estilistas? —le brilló la mirada por primera vez en horas a Cara. Adrien y Kris soltaron una risita cómplice. 

—Sí —volvió de su ensoñación la pelinegra—. Te depilan, te lavan, te dejan olor a productos caros del Capitolio, te alisan el pelo, te lo rizan, te maquillan, te operan los pechos —habló con dureza. Eso iluminó la mirada de Kris. Lauren en seguida pilló sus intenciones.

—¿Te vas a operar las tetas para morir después? —preguntó casi riendo Lauren a su hermana. El comentario creó cierta incomodidad. Ella lo notó y se sintió empequeñecer poco a poco.

—Sí. Al menos quiero pasar el resto de mi vida divina —bufó Kris, bajando de su nube. Lauren tragó saliva, sintiéndose una estúpida pero, ¿era o no era verdad lo que decía? 

—Di que sí —se rio Johanna, pero esa vez volvía a ser irónica. Kris hizo una mueca y atacó el pájaro en salsa naranja, que estaba bastante suave y tierno.

Los juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora