Marianne respiró profundo antes de salir. Con cuidado de no pisar la cola del vestido con sus altos tacones y levantando la tela un poco por delante (no más arriba de los tobillos, como le enseñó la estilista) caminó de manera elegante, con la cabeza en alto. Se abrumó al escuchar todos esos aplausos que le dedicaban nada más se dejó ver en el escenario.
Marianne llevaba su pelo marrón con mechas blanquecinas suelto y con las puntas onduladas, pero habían hecho una trenza con una sección de su pelo y la habían usado de diadema, colocando las correspondientes horquillas. Las pequeñas secciones de pelo que se escapaban de la trenza estaban onduladas. Sus cejas estaban más rellenas de lo normal, llevaba algo de colorete rojizo e iluminador. La raya del ojo era roja, pero en vez de terminar en una cola normal se dividía en tres. Llevaba máscara de pestañas negra, remarcando sus grandes ojos verdes, y un pintalabios rojo.
Al ser pálida el color rojo contrastaba con su piel y le daba un toque de delicadeza. Su vestido era de tirantes, con un escote abierto y bonito y que se ajustaba hasta su cintura; el resto del vestido era fogoso y caía hasta los pies en varias secciones, como los pétalos de un lirio rojo. Sus zapatos de tacón eran del mismo color que el vestido y dejaban ver sus dedos de los pies, con sus uñas decoradas de ese tono rojizo. Llevaba unos pequeños pendientes de aro dorados a juego con los anillos que decoraban sus dedos, junto a unas largas uñas rojas.
—Buenas noches, Marianne. Te veo encantadora —le habló Caesar, captando su atención. Marianne se agarró ambas manos y se sentó en el borde del sillón para tener más proximidad con Caesar. De cerca se le veía extraño, pero como le había observado desde pequeña en la televisión le sentía un tanto familiar.
—Muchas gracias —sonrió con nerviosismo—. Mis estilistas se superan —contestó notando que le temblaba un poco la voz. Se aclaró la garganta y miró a la cámara—. Lo siento, estoy algo nerviosa.
—¡No te preocupes, querida! Es normal, no todos los días sales así de guapa delante de todo el país —bromeó el presentador, pidiendo indirectamente los aplausos del público, que se lo dieron sin rechistar—. Bueno, Marianne. ¿Cuáles eran tus actividades favoritas antes de llegar al Capitolio?
—Oh, no tenía muchas. Casi siempre estábamos cortando madera, pero a mí me gusta mucho la moda, como a mi hermana Cara. Aunque ella es más de maquillaje y yo de personalizar prendas de ropa —contestó con dulzura, relajándose un poco por fin. Caesar la miraba con muchísima curiosidad, estaba segurísima de que si le hablaba del clima él le prestaría la misma atención.
—La moda, ¿eh? ¡Te habrá gustado el proceso de transformación! —chilló entusiasmado. Marianne asintió con una sonrisita—. ¿Qué es lo que más te ha sorprendido del Capitolio?
—La comida, sin duda —casi gimió Marianne, asintiendo—. Está todo riquísimo: el desayuno, la comida, la cena...
—¡Me alegro de que te guste! —sonrió amigable Caesar—. A parte de la comida del Capitolio... ¿algún tributo?
Marianne se atragantó y tosió intentando sonar delicada. Se tocó el pecho y miró a Caesar desorbitada.
—¿Qué pasa con los tributos? —se hizo la tonta. El público rió.
—¿Alguno que te caiga especialmente bien? —insinuó el presentador. Mika se recolocó en el asiento, colocando su dedo en la barbilla, atento a su respuesta.
—N-no yo... —dijo, confusa, trabándose—. Trevor ha ayudado mucho a mi hermana, no lo sé... Ambree es muy agradable y M-mika también.
Sintió que se desmayaba al decirlo en alto. Murmullos insinuantes llegaron a los oídos de Marianne. Tragó saliva y esperó a que Caesar le sacara del follón en el que él mismo la acababa de meter.
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Los juegos del hambre
AksiHan pasado veinticinco años desde la rebelión en la que todos los distritos de Panem perdieron, por segunda vez, contra el Capitolio. No hubo piedad y, los pocos supervivientes que quedaron, sabían que todo sería un caos. Sin embargo, tras unos durí...