Capítulo 24.

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Creí que me pediría quitarla. Pero sólo sonrió. 
Caímos de nuevo, y gritamos los dos.
Al bajar, le tendí la mano y bajó algo temblorosa. 

-¿Estás bien? –Le pregunté mientras caminábamos a otra atracción. 
-Sí. –Sonrió. 

Su sonrisa me hizo sentir tranquilo, llano, relajado. 
Subimos a los autos chocones, otras montañas rusas y más atracciones que ella quiso conocer. 
La invité a cenar unos perritos calientes. Estábamos hambrientos que ambos íbamos por el segundo. Ella estuvo satisfecha, mientras yo aún tenía hambre. Vaya, estar con dietas rígidas me abrió el apetito ahora en día. 
Ella pidió el tercero para lograr estar satisfecho. Ella le colocaba algunos aderezos arriba de la salchicha, mientras le observaba detenidamente. Algo me hacía no despegar mis ojos de sus acciones. Era tan tímida y a la vez tan elocuente que no pensaba perderme ninguna acción.
Conectamos miradas, y ella sonrojó. Vaya, que tengo el don de hacerla sonrojar sin palabras. Sonrió, y me entregó el burrito. Juntó sus palmas y las colocó entre sus muslos; calentándolos mientras el frío nos invadía cada vez que oscurecía. 

-Termino y nos vamos. –Dije al verla con frío.
-Disfrútalo. –Sonrió. 

Le sonreí. Sonreíamos más de lo que nos dábamos cuenta, y más de lo que yo podía desear. 
Caminábamos al estacionamiento uno junto al otro. Ella no hablaba, pero podía notar que algo estaba pasando por su cabeza. Y no era yo, o alguien que no se pudiese saber. Era Leonel, ése cara de gallo que no tiene nada de ello. 

-¿Sabes algo? –Le pregunté mientras la miraba. Ella me miró y proseguí- A veces se tiene que aprender a pasar la hoja. Yo tuve… una suerte terrible cuando era más chico. Las chicas no me querían, en pocas palabras. Sufrí muchísimo, quería hacer feliz a muchas chicas, pero ellas no me dejaban. Yo creo que el que pierde no es uno mismo por sufrir por amor no correspondido. Sino, aquel que no te deja entrar, es quien pierde una oportunidad de ser feliz, o tal vez experimentar algo que tal vez nadie le haya hecho pasar. Creo que hay chicos que merecen ser los creadores de tu linda sonrisa. –Metí mis manos a mis bolsas delanteras de mi pantalón- Pocos pueden ver lo maravillosa que es la fruta. Mordiéndola, y saboreando el jugoso néctar. –metaforicé- otros le ven una mancha, y creen que está podrida. Puede que la fruta más perfecta, esté podrida de adentro. 

Esbocé una sonrisa y miré al suelo. No esperaba respuestas, sólo sentí que su mano acarició mi brazo, y poco a poco fue abrazándolo. Caminó abrazada de mi brazo, aunque hubiese deseado abrazarla hasta que se sintiera mejor.
Subimos al automóvil, y manejé a su departamento. 
Mamá intentaba localizarme para hablar, pero tenía que esperar hasta que llegara al hotel. Estacioné el automóvil en la acera frente al edificio, bajé, y le abrí la puerta. Agradeció, mientras bajaba. 

-Es tarde Liam… -Me dijo mientras se detenía en la puerta del edificio. 
-Lo sé. 
-Regresa al hotel. –Sonrió gélidamente. 
-Pero… -Interrumpió.
-Sé llegar. –Acarició mi mejilla. 

Sus manos eran suaves, estaban algo frías y olía a frutillas. Su caricia fue tan maternal que no noté ni por un segundo que estábamos tan cerca como para poder besarla. Los vellos de mi espalda se erizaron, sentí correr por mi cuerpo una cierta sensación que me hizo querer besarla. ¡Quería hacerlo! Pero me detuve en mitad del camino.

-Bien. –Sonreí, alejándome- mañana… ¿Estarás desocupada? 
-¿Para ti? –Arqueó las cejas con una sonrisa. 
-Sí, para mí.
-Para ti sí. –Quitó su mano de mi mejilla. 
-¿Hasta mañana? –Pregunté mientras la veía entrar. 
-¡Hasta mañana! –Volteó a verme sobre el hombro.
-¿Temprano? 
-Después de las once… a esa hora estaré lista para salir. 
-Once de la mañana. Ni más ni menos. –Decía mientras me alejaba al automóvil. 

Creí ver a alguien caminar hacia ahí, pero ignoré todo movimiento. La vi entrar y no cerró la puerta, ya que sacaba sus llaves de la cerradura. 
Prendí el automóvil y me asustó un ruido trasero. Tal vez alguien quería molestarme. Voltee, y había alguien afuera. Escuché un alarido hirviendo. Me asomé por la ventana, y no vi nada. Volví a escuchar el grito molesto.

-¡Sal de ahí estúpido! –Decía una voz masculina. 

No quería salir, pero por inercia lo hice. 
Leonel. 
¿Qué quiere? ¿Enfermarme acaso? 

-¿Qué quieres? –Le pregunté.
-¿Qué haces con ___? –Preguntó furioso. 
-No te incumbe. –respondí sereno.
-¡Si me incumbe! –Hervía en celos- ella no está interesada en ti, ¡Entiéndelo marica! –gritó, mientras se acercaba a mí.

«¿Qué hago?» -pensé. 

-¡Detente! –le ordené- no estás en la penal. ¿Podrías hablar cómo un hombre sereno? 
-¡Aléjate de ella! –Quiso golpearme. Pero me hice hacia atrás. 

Este momento me recordó aquellos días en los que tenía que pelear por ser respetado. ¿Por qué se estaba repitiendo? ¡Era horrible tener que estar de pelea tras pelea! Ahora debía cuidar mi imaginen, era de lo que por parte, tenía que vivir. 
Leonel me tomó del cuello, y me acercó a él. Sus puños ardían, y podía notar que le dolía verme con la chica que él usó por diversión. Diría que soy mejor competencia, pero yo no vengo a jugar, sólo vengo a hacerla feliz mientras él no pudo con la tarea. 

-¿Acaso eres un animal? –Dijo una voz familiar, detrás de mí.

Can mend your broken heart? | l.p.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora