El problema soy yo.

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El problema soy yo.

Parte 1.

Una noche más, entro en el local donde trabajo. Sonrío al verlo vacío, no hay nadie alborotado bailando, no hay nadie borracho, ni nadie que acabe vomitando en el baño.
Todavía es pronto para eso.
Miro mi reloj, marca las 21:30h de la noche.
Llego justo a tiempo para colocar las botellas de alcohol detrás de la barra y recibir a las primeras personas que quieran dejarse su dinero en chupitos y copas caras.

-¿Preparado Hugo?
-Nací preparado. -Le tiro un trozo de tela que hay encima una caja al moreno que no tarda en devolvérmelo.-
-Hoy cantará de nuevo Maialen aquí, va a venir mucha gente.
-Qué te gusta tenerla cerca, ¿Verdad Bruno?
-Es lo mejor para el negocio.

Levanta los hombros y el paño acaba de nuevo aterrizando en su cara.
Es bueno para la discoteca, claro que sí, pero el verdadero motivo por el que la trae tanto a cantar es porque se muere por sus huesos y no es capaz de decírselo. Aunque se pasen toda la noche tonteando.
Aunque ya se han besado un par de veces, y quién sabe si han llegado a algo más.
Bruno intenta disimular, pero no es su fuerte, el mío tampoco por eso no quiere que me acerque a la chica.

Saco de las cajas las botellas de ron, ginebra, vodka... Las coloco y coloco los infinitos vasos que hoy parece ser que nos van a hacer falta.
Últimos minutos antes de la apertura de puertas y ya puedo escuchar el murmullo de la gente fuera.
Mañana es nochebuena, y nadie quiere perderse la fiesta de antes.
En estas fechas, mi uniforme añade un elemento más a los pantalones negros y camiseta del mismo color, un bonito gorro de papá noel.
Maldigo la hora en la que a Bruno se le ocurrió.
No hay ni una noche en la que algún borracho no me llame con el típico "Jo jo jo" para que le ponga otra copa más.

A mi aspecto de chico malo, con los tatuajes en el cuello, en el pecho, en el brazo y las manos no le pega un jodido gorro de papá noel.
Aunque lo de chico malo solo es apariencia, me gusta como me miran.
Las puertas se abren y cientos de personas se agolpan para entrar. Y la primera parada siempre es la barra.
Una voz por aquí me pide un chupito, otra por allá dos ron con coca cola...
Mi noche solo acaba de empezar.

Unas horas después, siguen llegando personas aún sobrias a la barra, me acerco lo suficiente para poder escuchar lo que me piden, la música está muy alta y no logro escuchar nada más que la voz de la chica cantar.
El olor de alguien en particular me hace sonreír al acercarme.

-Un zumo de piña, por favor.
-¿Ni hoy vas a beber, Eva? -Me separo de la oreja de la chica que me mira con unos impresionantes ojos azules y su habitual sonrisa. Niega con la cabeza y no me queda más remedio que ponerle su bebida.-
-Vaya, con una sombrilla y todo.
-¿Has visto? Al final me vas a caer bien y todo.

Me sonríe después de dejar una caricia en mi mejilla y darse la vuelta para volver a la pista de baile con sus amigos, distingo el pelo rubio de Samantha moverse sin mucho compás sobre las notas que están sonando y vuelvo a sonreír. Una nueva voz pidiendo más alcohol me distrae de seguir con la mirada a la castaña que ya se mueve, ella sí, al compás de los acordes que salen de la guitarra de Maialen.

Cada vez que puedo, mi mirada se dirige a la misma persona, varias veces el color de nuestros ojos se han encontrado y nuestras sonrisa se han contestado.
Estando ella aquí, se me hace imposible prestar atención al coqueteo continuo de chicas, algunas para que las invite a copas y beber más sin pagar, y otras para simplemente echar un polvo en el baño o la trastienda.
Con Eva en mi vida, no me interesan otras chicas.
La castaña me mira, me reta y me invita a bailar con ella. Jesús me da una palmada en la espalda y me dice que vaya con ella, puede encargarse solo de los clientes que ahora piden consumiciones nuevas.

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