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Es tarde, bastante tarde. Nunca se había quedado tan tarde en un laboratorio. Sí en su oficina, pero nunca en un laboratorio.

Hay completa quietud, sus agudos oídos sólo pueden escuchar el sonido de las manecillas del reloj que nadie se ha molestado en cambiar desde hace treinta años arriba del pizarrón principal, la centrífuga trabajando al lado opuesto al que él está, el viento soplando en las ramas de los sauces del área silvestre y el filtro de aire.

El ensayo no tiene para cuando apagar, lo más probable es que acabe pidiéndole las llaves al vigilante y tenga que cerrar él mismo el laboratorio. Sería su primera vez asumiendo una responsabilidad tan grande porque si algo llegara a perderse o alguien llegara a encontrarse con algo ligeramente diferente a la mañana siguiente, todos los dedos apuntarían a él. Pero bueno, todo está bien, no es como que haya hecho un desastre ahí.

Con pesadez se levanta de la silla en la mesa de trabajo y estira la espalda. Todo su cuerpo duele, está tan cansado que no puede invocar a su Alfa, ni siquiera lo siente. Necesita un poco de descanso, pero si no se apresura a terminar ahora, no acabará nunca.

Vuelve la vista a la computadora y empieza a teclear con una pequeña chispa de energía renovada. Las líneas aumentan, el esqueleto del programa se vuelve monstruoso, lame sus dedos incontables veces para pasar las hojas de su libreta en donde ha anotado sus algoritmos y, con sus ojos vidriosos y enrojecidos, avanza entre cada una de las líneas para detectar errores que sabe que cometió. Ha estado metiendo letras donde no más que de costumbre.

Infla su pecho hasta que queda completamente lleno y arroja el suspiro más trágico de la vida.

No es hasta que espera a que el archivo se guarde y el programa se ejecute que tiene tiempo de pensar en cosas que no fueran su trabajo. Y, solo en un laboratorio desierto, de noche, con el sonido de las aspas del ventilador como única compañía, concluye que se siente triste.

Y no, no es que esté cansado y decaído en cantidades extremas, es que verdaderamente se siente triste. Desanimado, apenado, más melancólico que de costumbre.

Suspira de nuevo. Una ventana emergente aparece y oprime la tecla "Enter". En la pantalla aparecen un montón de gráficos en tercera dimensión y algunos deslizadores con los que se manipulaba la amplitud de las ondas en los tres ejes. Tobio introdujo despacio las cantidades en su cuaderno y, con nervios, apretó "Analizar".

Sí, definitivamente se sentía triste. Obtuvo resultados favorables pero no pudo salir del estado soñoliento en el que se encontraba. Tomó captura de pantalla, lo envió a Sugawara Koushi, al doctor Okumura, a otra Beta que trabaja con ellos y subió toda la evidencia en una carpeta de la nube de la universidad. Al ver el nombre del Omega el dolor en su corazón se volvió más grande. "El dolor en su corazón"... Ah, está muy triste, ¿por qué?

Nunca ha sido bueno expresando sus sentimientos hacia alguien, y no porque no pueda, sino porque no sabe poner las cosas en palabras coherentes. Le es fácil llorar y todo eso, pero no puede pedir ayuda de manera decente. No es bueno expresándose pero es bueno sintiendo. Uh, todo le pega muy fuerte.

Quiere salir de ahí de una vez. Guarda sus cosas o mejor dicho, arroja sus cosas al portafolio, a su pequeña mochila ergonómica y se coloca el suéter a prisas. Hoy, de la nada, hace frío. Son las diez y cuarto, tardará más o menos cinco minutos en buscar al vigilante de la facultad y pedirle las llaves.

Está cansado. Debería dejar su mente en blanco y aunque sea disfrutar de la variedad de árboles que hay en la escuela, pero no puede dejar de pensar en un millón de escenarios diferentes entre personas diferentes.

Pensaba en Sugawara Koushi y en lo poco que lo había visto estos días. El Omega le advirtió que su celo llegaría pronto y que se ausentaría por lo que este durara. No supo cómo reaccionar ante tanta confianza, los Omega no suelen ser tan abiertos con esos temas. No era difícil deducir que si te revelaban tal información era porque te habías ganado su confianza. Después de todo, Tobio ya sabía dónde vivía y la contraseña de su casa. Él prácticamente le estaba dando luz verde, ¿no? Pero, ¿para qué? Cuando él, nervioso y abochornado, quiso insinuarse para ayudarle a pasar su estro, recibió una negativa muy vaga y esquiva. Sugawara Koushi cambió de tema con una risilla nerviosa y no volvió a hablar al respecto.

La Ira del Tirano | Haikyuu!! FF (KGHN | Omegaverse!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora