15. Persiguiendo al lobo - Nevi

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Nevi - Philadelphia
Autopista, Nov. 20:00pm

Byron y yo viajamos sumidos en un tenso silencio dentro del vehículo. 

El estéreo va apagado; solo nos acompaña el ruido de los gimoteos y olfateos, y el incesante tintineo del collar alrededor del cuello del pastor alemán de Byron, cuya placa baila y se remece cada vez que el perro se desplaza nerviosamente de una ventana a la otra, oteando el aire y jadeando nerviosamente. Parece sumido en una profunda frustración; acorde a la de los otros dos ocupantes de la cabina.

Durante toda mi trayectoria como cazador, realmente nunca había pensado en los beneficios que traería tener un perro. Enseñarle a seguir un rastro, cazar, y todo lo que implica cuidar de un animal podrían haber sido puntos en contra en el pasado, cuando dudo que hubiese tenido la paciencia de entrenar a un perro. No sé qué tan distinto sea el panorama ahora que pretendo entrenar a un can al menos cinco veces más grande.

Dejando eso de lado, en momentos como estos, el contar con el agudo olfato de Keeper en nuestro bando es una ayuda que no está de más.

De algún modo, haber matado a un vampiro parece nada comparado a haber dejado escapar a un licántropo en el frenesí de su primera transformación. Durante las primeras millas, nos desplazamos por una extensa área rural sobre la que ya ha caído la noche en toda su espesura. No hay más vehículos, ni gente, ni animales... Sólo las luces altas del vehículo alumbrando la autopista a unos pocos metros por delante de nosotros.

Mientras que el vehículo de Bob desapareció por la ruta 55, directamente a la ciudad, el camino que estamos siguiendo nosotros es por la 40, que es la que nos llevará directamente a la autopista 295 de Pennsylvania; dirección en la cual Caleb se marchó y donde Byron y Bob lo perdieron. 

Cuando me percato de eso, comprendo por qué aún no hemos comenzado a rastrearlo a pie:

—Piensas que se detendrá en el río Delaware —aventuro.

Byron da una cabeceada, confirmando mi sospecha.

—Una cosa es segura. No entrará en el agua después de lo que pasó. A partir de ahí hay sólo tres opciones que puede tomar. Noreste, suroeste, o...

—Venir hacia nosotros.

—Y esa es la opción menos probable. Si se dirige al noreste, encontrará eventualmente el puente Walt Whitman. De ser así... todos en la fábrica correrán un grave peligro.

Esa idea me provoca un acceso de mareo. En tal caso, ¿seremos lo bastante rápidos?

Byron conduce a toda velocidad, y en cosa de unos diez minutos, estamos frente a la autopista principal. A esta distancia nos llega el aroma a tierra húmeda y vegetación fresca que trae el río Delaware, aunque aún no somos capaces de verlo.

En este punto, nos bajamos de la furgoneta. Keeper se baja de un salto en cuanto Byron le abre la puerta trasera y no pierde un solo instante antes de empezar a cumplir con la que de alguna manera sabe que es su misión. Olfatea el suelo haciendo ruido y levantando pequeñas humaredas de polvo cada vez que exhala con la nariz a ras del suelo. Corre de un lado a otro, y vuelve al mismo sitio, y luego da otra vuelta...

—¿Cómo sabes cuándo tiene un rastro? —le pregunto a Byron, buscando por mi parte algo que nos ayude a identificar por donde ha pasado. Pelo, saliva, huellas...

—Nos llevará en la dirección correcta.

Saco el móvil de la bolsa que había dejado en la furgoneta de Byron cuando nos dirigimos al bunker y marco al móvil de Nikolas, rogando por que la señal no falle. No demora demasiado en conectar.

Cadete Denizer —dice la voz de Nee del otro lado—. ¿Situación?

—Aún nada. ¿Ya están en la fábrica?

Llegando. Nada que reportar hasta ahora —y añade en voz baja—; excepto que el anciano está de muy mal humor.

¿Quieres repetir eso, mocoso?—escucho a Bob de fondo.

—Bien. Recuerda Nee, debes llamarme en caso de cualquier...

Me distrae el momento en que Keeper empieza a proferir gimoteos, enterrando la nariz entre la hierba. Entonces regresa junto a Byron jadeando y parece indicarle mediante dar trotes nerviosos a su alrededor y ladrad agitado, ir con él hasta el sitio señalado.

—Parece que el perro ha encontrado algo. 

—O sea que hace un mejor trabajo que ustedes.

—Muy gracioso... Te llamo luego —le corto.

Le sigo el paso a Byron hasta el sitio indicado y removemos la hierba allí donde el perro parece haber captado una pista. En efecto, la grama se encuentra pisoteada y encontramos algunos rastros de sangre seca ennegreciendo la vegetación:

—Ha pasado por aquí —dice Byron—. Aún es un área demasiado reducida como para sacar conclusiones. Sabes conducir, ¿verdad? —pregunta Byron. 

Por toda respuesta ruedo los ojos.

—Ahora me estás insultando —le digo, tomando la llave en el momento en que me la extiende, para luego montarme en el asiento del chofer y meter la primera marcha.

—Yo iré con Keeper. Síguenos con el coche.

Hecho el improvisado plan, arranco el auto y acompaño a Byron en la dirección en que este corre acompañando a su pastor, en la dirección en que él lo lleva. 

Por el camino, encontramos más manchas de sangre y hierba pisoteada. Es entonces cuando damos con una pista más evidente. Byron la levanta del suelo usando una rama para mostrármela. Son los restos de piel y pellejo de lo que parece haber sido un coyote, del cual ya no queda nada por los alrededores sino esos vagos indicios y algunas salpicaduras de sangre que seguramente ya no es de Caleb.

—Bien, encontró un bocadillo.

—No es suficiente con esto. Volverá a cazar —dice Byron—. Al menos ya tenemos una dirección.

En efecto, el camino señalado por Keeper nos ha llevado al menos unas tres millas en dirección al suroeste. A estas alturas es claro a donde se dirige.

—Aberdeen —concluye Byron hablándome a través de la ventanilla y confirmando así lo que ambos pensamos.

Le abro el asiento del chofer y yo me desplazo por encima de la palanca de cambios y el freno manual hasta colocarme de vuelta en el del copiloto. Keeper sube por la puerta abierta y ocupa su sitio en el asiento trasero. Cuando Byron sube, se tercia el cinturón de seguridad sobre el pecho, instándome a hacer lo mismo con una señal de su cabeza:

—Será un viaje rápido —me advierte, al tiempo que obedezco a su indicación y me coloco el cinturón también.

Byron no pierde tiempo en poner primera otra vez; y antes de que transcurra el minuto, ya vamos corriendo por la ruta 295 en quinta y a 150km por hora.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora