C4 | Llegadas inesperadas

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Al caer en mi cama y siento una relajación extremadamente buena. Hoy fue uno de esos días en los que pasas de un lado para el otro sin parar y que  sentándote o recostándote te llanas de un alivio.

La vista de mi padre al instituto fue no estuvo como yo esperaba. Creí que dentro de la oficina de Robert Brown –el director– obtendríamos un buen sermón al lado de una suspensión, pero no paso ninguna de esas dos cosas. Nuestros progenitores mantuvieron una conversación totalmente fuera de línea con el hombre que una vez también fue su director. 

Salimos de la oficina luego de dos horas con una sanción de categoría leve en el expediente. Si, 120 minutos en los que escuchamos anécdotas de su juventud. Honestamente no me aburrí para nada, sin embargo no puedo decir lo mismo de los primos Carrier, quienes se durmieron en medio de la plática.

Lucas Helman no me dio ninguna reprimenda o dijo algo en todo el trayecto a casa. La situación cambio al estar frente a mi madre, la cual enfoco sus ojos azules en mi melliza amoratada y herida, para después ordenarle a papa ir en busca del botiquín de emergencia. Saco todo el equipo y comenzado a curarme mientras me hablo de las consecuencias de mis actos imprudentes. No logré contradecirle porque sus bases eran muy sólidas. Le asentí y di palabra de mantenerme lejos de cualquier circunstancia riesgosa.

Como si eso fuera posible.

Subí a mi habitación para cambiarme la ropa, lidiando con el parche que ocupa cierta parte de mis pómulos. Tomé el computador dispuesta a enviarle un mensaje a Juli y a Dante con la intención de saber qué les habrán dicho, pero los gritos de mi madre desde la segunda planta detuvieron mis ganas de conocer las posibles secuelas de la pelea con Lerman y sus secuaces.

— ¡Aliss, ven! ¡Hay alguien que quiere verte!

¿Quién quiere verme?

Es como que compartiéramos alguna habilidad psíquica, prosiguió.

» Tía Martina está aquí.

Mierda, los Potter.

— ¡Voy, mami!

Me levanté y volví a ponerme los zapatos que acababa de quitarme. Pasé por el espejo del pasillo examinando lo horrible que se miraba mi rostro con las gazas que dejo en mi lesión de mamá, pero no me lo deje. Corrí escaleras abajo, saltado las mismas de dos en dos. Claro que con cuidado de no caer, porque no quería una carcajada burlesca de la señora Helman acompañada posteriormente de su preocupación.

Lo cual ya ha pasado muchas veces.

En la sala de estar se escuchaban dos voces femeninas; una de mamá y la otra de esa mujer con la que no compartía lazos sanguíneos pero que sin duda era parte de mi familia. Martina Scott se la ha pasado viajando con su esposo, no recuerdo a ninguno de ellos demasiado y de no ser por las fotografías en los álbumes y en el teléfono de mi madre, no sería capaz de reconocerlos.

Cruzando el umbral enfoco a ambas féminas, hablan tan animadamente que ni siquiera se percatan de mi presencia. Hasta que mamá desvía la vista y me sonríe, consiguiendo que la rubia se volteé para contemplarme con sus ojos marrones.

— ¡Puta madre, Alisson! ¡Está bellísima, estúpida!

Y mi madre en vez de reprender por sus malas palabras, pronuncio orgullosa:

—Por supuesto, es mi hija.

A continuación se acercan a mí y mis ojos se quedan en la gran bola que es el estómago de la mujer rubia. Me envuelve en un abrazo fuerte y le correspondo con cierto miedo de reventarla. Por encima del hombro de la rubia observé al ser que me dio la vida hacerme un guiño.

—Eres muy linda —expresa, pellizcando con suavidad mi mejilla buena.

—Gracias —contesté en tono dulce y algo sonrojada. Agradeciendo internamente que no saliera con el típico: ¿Ya no recuerdas cuando te meneaba entre mis brazos o cuando te cambiaba los apestosos pañales?

—Aún recuerdo cuando Alisson descubrió que estaba embarazada de ti...

— ¡Cállate! —interrumpe mi mamá a lo que ella sonríe con maliciosa. Me mantengo serena, porque no es secreto fui concedida y el producto de un error de condón o pastilla anticonceptiva—. Otro día la atormentas, tendríais tiempo de sobra.

La rubia ensanchó su sonrisa y no me quedo duda de que la mirada que compartieron entre ambas tenía trasfondo.

—En eso posees total la razón —concordó y cambio de tema volviendo sus ojos marrones a mí—. Aliss como seguramente no recuerdas a mi hijo, volveré a prestártelo, ¿vale?

Oh sí, su hijo.

Le di un vistazo recriminatorio a mamá por no recordarme al chico. Ella me devolvió una mirada de: "Tú tampoco me recordaste y miré que no te interesaba".

—Vale.

—Excelente —dice—. Como James que ya tardo mucho, ¿verdad?

—Como que el embarazo te pone manipuladora —se le burlo mi madre—. ¿No deseas que te consiga una correa?

Una sonrisa se dibujó en mis labios ante la actitud de ella y sus amigas, a pesar de los años siguen siendo fieles a sí mismas.

—Si mal no recuerdo Lucas no se despejó de ti en los nueve meses de gestación —señala—. Según tú su cercanía te daba paz. Creo que ni al puto baño ibas sola, ¿me equivoco?

Mamá volteo sus ojos y cuando iba a responderle, a la sala entraron dos hombres; Mi padre y supongo que el marido de la rubia.

—Oh, ya están aquí.

— ¿Nos extrañaron? —cuestiono el castaño de ojos verde—. No sé, ni para que preguntó la contestación es tan obvia… No pueden vivir sin nuestras presencias.

Contuve mis ganas de reír porque de repente los ojos de él se quedaron en mí, me dio una amplia sonrisa y yo me preparé para lo que sea que venía.

— ¡Al carajo, Lucas! ¿Ya tienes cargada la pistola para sus pretendientes? ¡Pronto te hacen suegro! ¡O abuelo! —pronuncio sin dejar de sonreír—. James Potter, un gusto volver a verte pequeña Aliss.

—Igualmente.

—Dime que has empezado a sacarle canas a Lucas, por favor…

—Imbécil —lo insulto mi progenitor.

El señor Potter se encogió de hombros, siendo consciente que ha logrado su cometido. Papá besó mi frente y luego la de mamá, al tiempo que su amigo hacia los mismo con la rubia.

Seguido de ello iniciaron una conversación en la que me di cuenta de la rubia era muy observadora e intuitiva, ya que descubrió que el nerviosismo de su esposo e hijo se debía a que le ocultaban la sorpresa que la esperaría el día de su llegada oficial. Así que por eso adelanto todo: Haciendo una llegada inesperada primeramente a la casa de ambos matrimonios apellido Carrier y luego a la nuestra.

¿Qué habrá pensado Dante y Juli de los amigos de sus padres? Sacudo mi cabeza dejando de lado esos pensamientos para escuchar como la Psicóloga reprende a su esposo.

— ¿Y dónde dejaste a mi retoño? ¿Dónde está? —pregunta y quita sus manos de su abultado vientre. ¿Abultado? Me corrijo, gigantesco e inmenso vientre.

Dos niños.

—Creo que se quedó en el centro comercial...

— ¡¿Has dejado a mi hijo solo?! ¡¿A tú primogénito?! —su esposa se alteró de golpe—. ¿Estás loco?

Juro que percibí la mirada verdosa que sea paseo por cada uno como si estuviera pidiendo ayuda. Mire a mamá con ciertas dudas y al encontrarla sonriendo, me tranquilicé un poco, pero un pude evitar pensar dos cosas; La Tía Martina está loca y por ello no me asombra que hay decidido ser psicóloga porque de esa forma oculta su demencia.

De un momento a otro, el silencio se adueñó de la estancia y al otro todo se volvió un caos. Mi padre buscaba socorrer a su amigo y mamá  trataba de calmar a la embarazada que no dejaba de cuestionar acerca de su hijo.

Y fue cuando lo mire.

En el umbral de la puerta había un chico alto de cabello rubio con tonalidades castañas. Él me observaba la interacción con una expresión era neutra, pero sus ojos verdes decían lo mucho que le estaba divirtiendo la situación.

Atractivo y misterioso.

En el segundo siguiente, su mirada recayó en mí. Ese tipo de miradas penetrantes que te hacen cuestionar si el dueño sabe leer almas. Me paralicé ante el absurdo pensamiento. Sentí mis piernas templar y lo más estúpido es que estaba sentada, mierda.

—Estoy aquí —informó con voz ronca, deteniéndolo todo. Apartando su vista de mí, centrándola en sus padres. Los ojos verdes de la rubia fulminaron los marrones, pero después le sonrió.

Hormonas y el humor de las encinta.

Mis padres giraron sus ojos azules y el chico se acercó, saludo y estrechó su mano con mi papá y luego con mamá, por último, se dirigió a mí todo sin mediar palabra. Los adultos nos miraron a la expectativa, como si esperaran que alguno de los dos articulara algo pero no paso. Soltando un suspiro mi madre rompió el  silencio.

—Ella es Aliss —me presento, tomándome del hombro y dirigió con un ademán al chico—. Y él, es Harry.

— ¿Aliss Helman? —pronuncio en tono deductivo, escudriño mi rostro buscando una negativa inexistente. Al tenerlo de frente noté mayor detalle el color de sus iris, era un color entre verde y marrón.

Asentí, para no quedar como tonta y caí a cuenta del apellido de sus padres.  Lo llevé a mi mente y lo repasé varias veces, sin dar crédito a nada.

¡Oh, mierda! ¡Pobre chico! Con confusión e intriga y rezando internamente que sea una puta broma, dije:

—¿Harry Potter?

El rostro del chico no cambio, no demasiado, solo se tornó inexpresivo y noté algo de frialdad es su mirada. Observé a mis padres y luego a los de él, los cuales tenían dibujada una sonrisa en la cara, dejándome ver que sí, ese era realmente su nombre.

Quise contenerme, pero no pude.

Luche contra la carcajada burlesca, que nacía dentro de mí, pero no logré mantenerla adentro. Me solté a reír como desquiciada, frente a él y toda la familia, nuestras madres se unieron al instante, pero él hizo nada, nada de nada.

Perfecta Mentirosa © [Completa ✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora