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Y si creíamos que el día del funeral fue el peor, no imaginamos como serían los siguientes días, se avecinaban las peores horas, las peores noches.

Diego se encerró en su oficina, no quería saber nada de nada, solo quería estar solo.

Renata lo buscaba para sostenerlo, era inexplicable el cariño que llegó a sentir por Sam. Si tan solo los trámites no hubieran tardado, Samantha estuviera con Renata y con el, ahora sería su hija, pero, ya no estaba más. Y solo la ausencia resonaba.

La tensión, y el dolor resonaba en toda la casa de los Gress.

Los empleados buscaban muchas cosas en qué entretenerse, pero era imposible no sentirse mal, Juanita, solo se dedicaba a la cocina, pero algo siempre le hacía falta, su presentimiento jugaba mal en su vida.

La extraña sensación de que Sam llegaría detrás suyo para ayudarle con la comida, no dejaba de hacerla sentir mal, y cuando menos lo esperaba sus lágrimas resbalaban, estaba tan acostumbrada junto a esa pequeña niña que era imposible seguir.

Elizabeth tocaba la puerta de Joaquín, pero el no respondía. Le dolía la ausencia de Samantha, pero debía ser fuerte para sostener a Joaquín, por qué se estaba derrumbando y no quería que nadie lo ayudará.

Desde que habían llegado del entierro, el se había encerrado en esa habitación para no volver a salir a ver la luz o respirar aire fresco.

—Joaco, por favor mi amor, necesitas comer algo.— hablo Elizabeth recargada en la puerta, había estado ahí al menos dos horas y nunca tenía respuesta alguna.

Era Lunes, una semana desde que paso todo. Y aunque el tiempo transcurría, ellos se habían estancado en una sola fecha.

25 de noviembre.

—No insistas mamá, espero el pronto salga. O al menos deje que entren hacer el aseo.— hablo Renata.

Vio a la puerta de Joaquín y después vio al despacho de Diego. Suspiro triste y camino con Elizabeth escaleras abajo.

Ni el televisor se había encendido, había pasado una semana desde que la felicidad se había apagado. Desde que Sam con su muerte se había llevado todo.

Joaquín lloraba, se revolcaba y gritaba buscando una explicación del por qué su vida se estaba llendo de las manos, por qué su hija se había ido.

Ahogaba sus gritos y dolor en la almohada de Sam.

—Mi amor. Porque, Sam, princesa por favor regresa, por favor mi amor.— grito implorando al cielo.

Estaba enloqueciendo. Tapaba sus oídos, mientras se inclinaba para al frente y atrás, el solo quería a su bebé con el. La extrañaba, quería tenerla con el.

Prometía una y otra vez que está vez si sería un buen padre.

Desde que la perdió, una parte de el se iba muriendo lentamente. El tiempo pasaba y en cada segundo confirmaba cada vez más que el egoísmo que ambos sintieron, fueron acabando con los sueños de lo único bueno que tuvieron de aquel matrimonio que se había quebrado hace tres años.

Se aferró a la almohada que ocupaba su hija, quería sentirla un poco más cerca. Se revolcaba en esa inmensa cama intentando recordar el calor que le brindaba su pequeño corazón.

Diego entro a su habitación encontrándose con Gigi en su cama, y con Renata a un lado.

—Papi, quieres cenar algo, le digo a Juanita que te haga algo?— pregunto Virginia hacia su papá que se veía fatal.

Un Ángel Llora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora