0-Cuídate y abrígate que afuera hace frío.

3.2K 223 16
                                    


«Que se vaya. Si prefiere a ese hombre, que se vaya de una vez.»

Estos eran los pensamientos de la mayor de las hermanas Montalvo, Fiama, mientras esperaba la llegada de su abuelo.

—Creo que deberíamos intentarlo —sugirió la segunda hermana.

Fiama fijó sus ojos en Paz. Su hermana menor no estaba de acuerdo con la posición que había tomado. Para Paz, su terquedad ponía en jaque la vida que todas tenían en esa casa.

—Ella decidió. Si se quiere casar, que lo haga. Pero que a nosotras no nos incluya en sus planes— reafirmo Fiama.

—Pero mamá...

—No hay peros, yo no quiero ser parte de ese futuro maravilloso del que ella habla. Si tú quieres, te puedes ir con ella —ambas hermanas se miraron durante un largo tiempo mientras imaginaban una vida separadas. —Yo me quedo en mi casa con mi familia. Ella no puede obligarnos a convivir con esa gente.

—¿Entonces no la vamos a volver a ver? —preguntó angustiada.

Fiama no quería ver mal a Paz, pero tampoco podía permitir que su madre rompiera la paz de sus hermanas y de ella.

En ese momento, el timbre de la puerta sonó, interrumpiendo la tensa atmósfera de la sala. Fiama se levantó del sillón, dejando a Paz con la pregunta en el aire, y se dirigió hacia la puerta con una mezcla de alivio y nerviosismo. Al abrirla, se encontró con una figura familiar, su salvador, que llegaba justo a tiempo.

—Al fin llegó —dijo la joven al dejar entrar a su abuelo. Alto e imponente, siempre vestido con su pulcro traje de general.

Los Montalvo eran un apellido conocido entre las fuerzas armadas. Tanto su padre como su abuelo como su bisabuelo habían formado parte de ellas. Desgraciadamente, el padre de las niñas había muerto durante una misión en la selva, luchando contra narcotraficantes, y las había dejado solas con su madre, tres años atrás. Este desgarrador acontecimiento había sumido a la madre de las niñas en una gran depresión, haciéndole imposible cuidar adecuadamente de sus cuatro hijas. Por ello, Fiama había asumido el papel de madre y padre de sus hermanas mientras su madre se recuperaba de su luto. Sin embargo, recientemente su madre había recuperado la vitalidad que tenía antes, aunque la razón detrás de ello era haber encontrado otro amor. Eso desconcertaba a Fiama quien no comprendía cómo su madre podía conformarse con alguien que no le llegaba ni a los talones a su difunto esposo, el mejor hombre del mundo, como ella lo consideraba. Esta situación le era inadmisible, por lo que era incapaz de asumir esa nueva realidad.

Su abuelo asintió y entró en la casa, dando un breve abrazo a su nieta.

Hacía tiempo que había considerado tomar medidas sobre la vida de sus nietas, pero entendía la tristeza de su nuera. Sin embargo, al descubrir que ya no las descuidaba debido a la pérdida de hijo, sino para estar con un hombre, tomó la decisión de expulsarla de ese lugar. Por suerte, tenía el respaldo de Fiama, quien estaba de acuerdo en quedarse bajo su cuidado junto con sus hermanas.

—Al parecer, tu madre no está.

—Últimamente se me olvida que ella vive aquí —respondió sarcástica.

Ambos se dirigieron a la sala para esperar a la causante de toda esta situación.

—Abuelito —dijo cariñosamente Paz al abrazar al anciano en el momento en que entro en la sala. —¿En serio vas a echar a mamá?

Paz no era como Fiama, que tenía un carácter duro alejado de los sentimentalismos algo típico en los Montalvo; ella era dulce y amable. A pesar de que su madre las había tenido abandonadas, Paz nunca podría odiarla ni reclamarle por ello. Esa niña no podia guardar rencor.

La tercera es la vencidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora