~ LVIII ~ CAFÉ Y MIEL

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      (...) Ambos nos sonreímos, lentamente, como si tuviésemos una eternidad por delante para poder sonreírnos con tranquilidad. Me acerqué a aquel hombre mediano trajeado de varios colores, el cabello oscuro, ojos claros como la miel, nariz delicada y la sonrisa enigmática del niño misterioso. Me abracé a su cuerpo, sabiendo que hacía mucho que no lo hacía y me permití el lujo de disfrutar de su contacto, que me transmitió la calidez del hogar familiar. Sin embargo, no tardamos mucho en sentarnos en un sofá granate de película y empezar a hablar de la situación que tenía entre manos.

Salí de aquel local casi cuarenta minutos después, con luz verde para hacer lo que me proponía. Y, así, sin más preámbulos, me dirigí a mi deseado destino.  

~ POV NATALIA ~

Anduve durante más de veinte minutos hasta llegar a un lugar que me conocía bastante bien. Había estado varias veces los últimos días y era un lugar que me provocaba una mezcla un tanto contradictoria de sentimientos. Sin embargo, me gustaba sentir todo aquello porque me aseguraba que dicho lugar era muy importante.

Me acerqué a las enormes puertas y entré sin mucho problema. Di mi nombre antes de poder subir, acompañándolo de una diminuta e insignificante explicación. Subí con tranquilidad en ascensor y me tomé mi tiempo para desplazarme por aquel interior que desconocía. Tenía ganas de empezar a desenredar la locura de plan que había diseñado, pero me temblaba hasta el alma de los nervios. Sin embargo, avancé como soldado que nunca se rinde, y dejé que mi respiración creara una suave burbuja a mi alrededor.

Llegué a mi destino y llamé a la puerta. El millón de formas que me rondaba por la cabeza para explicar aquel disparate se esfumó de golpe, dejándome con la mente en blanco y el cuerpo congelado. 

Apenas reaccioné cuando abrió la puerta y me miró con una mezcla de confusión, ilusión, enfado y algo más que no llegué a identificar porque apartó la mirada. Temí haber estropeado lo poco que había y empecé a dudar de mi plan. 

~ POV ALBA ~

- ¿Natalia? - susurré totalmente confusa, pues no esperaba encontrarte allí.

- Hola, Albi. - murmuraste con un tono dulce con un toque tímido que me derritió, desvaneciendo totalmente el enfado, fatuo y un tanto estúpido, de aquel mediodía.

- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? ¿Cómo has sabido cuál era mi habitación?

- Albi, Albi, espera... ¿puedo pasar y te cuento?

- Ehh... em, si, si,... claro. Pasa.

Cerré la puerta después de que entraras sin estar del todo segura de lo que hacía. Sin embargo, tú parecías segura. Me senté en el único sillón blanco que habitaba en mi habitación de hotel y esperé con paciencia a que me explicaras qué hacías allí y qué pretendías. Te observé con atención y te removiste en el sofá, mostrándome que tenías más dudas de las que parecía. Conectaste tus iris color café con la miel de los míos y perdí el mundo de vista. 

Me di cuenta, tarde, que habías empezado a mover los labios, explicándome aquello que más me inquietaba en aquel momento. Sin embargo, y contra todo pronóstico, también fui consciente de que no estaba prestando atención a las palabras que salían de estos. Me quedé mirándote, embelesada, sabiendo que debía estar poniendo una expresión tonta y totalmente incoherente que me delataba al completo. Aún así, no me pareció algo suficientemente importante como para hacer el esfuerzo de cambiarlo y me dejé guiar por el suave movimiento del algodón de azúcar de tus labios para adentrarme en el mundo escondido detrás del brillo de tus ojos.

Por desgracia, aquel maravilloso viaje en la calma de tus dos tazas de café acabó antes de lo que esperaba, pues tus labios habían abandonado el suave  vaivén producido por la vitalidad de la esencia de las palabras para detenerse en una cálida y, ligeramente, nerviosa sonrisa.

Reciproqué tu sonrisa, intentando imitar el brillo de tus ojos con los míos e intentando hacer transparente el amor que sentía por ti a través de mi miel cristalizada.

El tiempo pasó a nuestro alrededor sin darse cuenta que nosotras no le prestábamos atención, pues nuestro reloj de arena se había detenido momentáneamente.

Bajé al mundo mortal cuando levantaste una ceja como si preguntases qué estaba pasando y qué opinión tenía sobre lo que me habías contado. Tuve que serte sincera.

- Nat, perdóname, pero no he escuchado nada de lo que me has dicho.

Me miraste, derrotada, sacudiste la cabeza y esbozaste una ligera sonrisa con sabor a contradicción.

- Bueno, es igual, no pasa nada, está bien. - susurraste a toda velocidad. - El caso es que quería llevarte a un lugar especial.

Mi corazón se saltó varios latidos antes de empezar a galopar alocadamente. Se me aguaron los ojos y la sonrisa me desarmó en un segundo, desnudando mis sentimientos. Te miré y supe que no tenía que temer mostrarte lo que estaba sintiendo.

- Pues vamos. - suspiré con una sonrisa imborrable.

Me entró el pánico cuando vi que te quedabas congelada y temí haberme lanzado demasiado rápido. Noté la saliva pasar con dificultad por mi garganta al mismo tiempo que notaba un rubor en las mejillas que desconocía si era interno o si también te lo estaba mostrando. Mis ojos chillaron por unos segundos, dispuestos a llorar para protegerse de la reacción que pudiese salir de ti. Sin embrago, simplemente me sonreíste, asentiste y repetiste las dos palabras que me habían llevado al borde del colapso. Te acercaste pausadamente, con suavidad, y me cogiste la mano mirándome a los ojos. Tiraste delicadamente de mi y te giraste para poder guiarme con mayor facilidad hacia la salida de aquella habitación de hotel, en la que, de repente, ya no quería estar. Pero, casi contra mi voluntad, tuve que soltarme de tu agarre y, levantando un dedo índice, me giré con rapidez para desaparecer de tu visión al atravesar el umbral de una puerta que llevaba hacia una sala de estar. Cogí una riñonera roja, en la que guardaba algunas cosas imprescindibles, del armario del fondo. Volví apresuradamente donde tú estabas y volví a cogerte la mano, con dulzura. 

La brisa tardía nos acarició con dedos de hielo, revoloteando a nuestro alrededor con curiosidad. Avanzamos en silencio por las calles tranquilas y nos sumergimos en varios callejones aquí y allá. Perdí el rumbo a las dos calles y me dejé llevar por ti, mi guía particular. Anduvimos durante mucho tiempo, serpenteando como si estuviésemos en un laberinto invisible, hasta que llegamos a unas calles poco iluminadas en las que no había nadie. Todo parecía dejado, como si hiciese años que no hubiese pasado ni una sola alma por allí. Me aferré con más fuerza a tu mano y te miré para asegurarme de que no nos habíamos perdido. No me miraste ni me dijiste nada, pero supe que lo tenías todo bajo control. Seguí caminando más tranquila y observé aquella porción de ciudad en la que nos encontrábamos, preguntándome cómo y cuándo habías descubierto ese lugar. 

No tardamos mucho en vislumbrar un local que anunciaba su nombre con disimuladas letras de colores, medianamente visibles en la penumbra del callejón. Me dio la impresión de ser un local de espectáculos o de fiestas privadas, supongo que por la puerta doble de entrada. Sin embargo, no me entraron muchas ganas de entrar ni por el aspecto ni por la desolación de los alrededores. Tú, en cambio, no titubeaste y me guiaste hacia la puerta, abriéndola con cuidado. Te miré, un tanto alarmada, y tiré de tu mano cuando un hombre trajeado y de rostro pétreo nos salió al paso.  Le sonreíste amablemente, y me pareció que ya os conocíais. La mirada del hombre descendió por tu brazo hasta nuestras manos y me miró, y, tras unos segundos, volvió a sonreírte a la par que alzaba las cejas. 

Nos deslizamos hacia el interior, pasando a través de una puerta cubierta con el típico telón rojo de los teatros. Se empezaba a escuchar el susurro de la música que intentaba persuadir a las pocas personas que se encontraban en la enorme sala a la que habíamos llegado. Me fijé en aquel lugar tan especial y no pude evitar enamorarme al instante, contradiciendo mi primera impresión del local. Quise sentarme en alguna de las mesas preparadas de formas extravagantemente maravillosas y dejar que el tiempo pasara a nuestro alrededor mientras nos dejábamos embriagar por la música al mismo tiempo que compartíamos miradas especiales. Quedarnos allí, tú y yo, sin nadie más que pudiese hacernos dudar sin motivo alguno. Sin embargo, todavía cogida de tu mano, me tuve que dejar llevar por ti hacia otra sala contigua. 

¿Nuestra relación solo es en OT?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora