03: Una terrible tragedia.

293 26 34
                                    

Capítulo 03: 

Una terrible tragedia. 

GLORIA. 

Sentí una punzada en el corazón, un presentimiento. Nadie puede ser tan feliz como lo era yo con el nacimiento de mi hija. Pensé que algo malo pasaría, que tal vez yo moriría, pero estaba muy equivocada. 

Jamás se me ocurrió pensar que esa premonición de sombras era la premonición de algo mucho peor que mi propia muerte.

Pasaron unas horas. Yo a lo mucho dormí un par, porque así me lo indicaron, pero estaba inquieta. Quería a mi hija conmigo, y veía a las otras mujeres con sus bebés. ¿Por qué no traen a la mía? ¿Qué tiene? Habían dicho que podrían traerla un corto tiempo. Empecé a angustiarme bastante. La llevaron como a eso de las cinco de la tarde. La doctora la tenía en brazos con una expresión que no me tranquilizaba en lo absoluto.

— ¿Por qué tardaron tanto? ¿Pasa algo? —preguntó Armando mientras se levantaba de su silla y se acercaba a donde el doctor.

El doctor negó con la cabeza. Acto seguido, descubrió el rostro de la niña. Mi hija estaba blanca, gris, con los labios azulados y algo seco que parecía haberle escurrido de la boca. Mis ojos se desorbitaron y dejé escapar un grito eterno. En una fracción de segundo, varias enfermeras me clavaron en la cama. Yo, inmovilizada, con los ojos buscaba desesperadamente a mi hija que sostenía un Armando, lloroso, incrédulo.

— ¿Qué pasó? —preguntó Armando histérico, llorando mientras fuertemente abrazaba a nuestra hija contra su pecho.

Como en cámara lenta recuerdo que se acercaban Lucía y otra enfermera a donde estábamos a ver qué es lo que estaba sucediendo.

— ¡Hagan algo, por Dios! ¡Lucía, señorita, hagan algo! —grité yo, desesperada.

— No grites, Gloria, por favor, no grites.

— ¡Quiero ir con mi hija!, ¡Quiero verla! —exclamaba llorando.

Yo lloraba, lloraba, lloraba. Y luchaba con las que me sujetaban. Arrastrándome, logré llegar a la sala en donde tenían a mi hija con todas ellas intentando detenerme y al cabo me obligaron a sentarme en una silla que estaba cerca de donde tenían a mi Ela.

— Tranquila, Gloria, tranquila. No grites —me decía Armando, llorando también, y a la vez tratando de tranquilizarme.

— Está bien, trataré de no gritar, pero quiero ver a mi hija. 

Lloraba, lloraba, lloraba. Él se dirigió al cuarto mientras Lucía y otras enfermeras me sujetaban. Armando volvió después de unos minutos. Yo trataba de quitármelas de encima, quería ir con mi hija y no me dejaban. En ese momento Lucía entró a la sala. Dijo:

— Está reaccionando, Gloria. Todo va a salir bien.

No sé de donde tomé la fuerza suficiente para quitarme a todas de encima. ¡Mi bebé estaba mal y necesitaba a su madre! Todo iba a salir bien, estaba reaccionando, gracias a Dios. En la habitación la vi acostada en una cama, sin nada de ropita, inmóvil, pálida. Quise percibir su respiración con la mirada, pero su pechito estaba quieto. Me acerqué a ella para tocarla y sentí sus bracitos helados. 

— ¡Tengo que ir a urgencias! —grité, desesperada y tomando a mi hija para correr con ella.

Algunas lloraban, y las demás madres que se hallaban ahí estaban estupefactas, supongo que les transmití el miedo a que tu bebé muriera. Alguien quiso detenerme, pero yo no lo dejaba.

— ¡Voy a llevarla a urgencias!

Lucía se encontraba junto a la puerta para impedirme la salida de la sala y así no llevarla a urgencias.

¿Te quedas conmigo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora