Hace muchos siglos, cuando aún no se contaba el tiempo.
Harry había creado la tierra, las plantas, los mares, el sol y la luna. Bellas gemas existenciales que no le llevó mucho tiempo crear, y si tardó fue por pura astucia de querer hacerlas mejor y mejor, hasta crear esos detalles tan perfectos y dulces.
Claro que le hacía falta crear más planetas para que el oscuro lienzo no estuviera tan vacío. Todo se sentía demasiado aburrido para él. Tal vez también necesitaba organizar mejor la distribución, por el momento no se preocuparía por aquello, pues no era como si los árboles necesitaran orden.
Tal vez, en un tiempo, crearía algo para que habitara la tierra y ha estado practicando con pequeños animales, pero había creado todo aquello en siete días y necesitaba urgentemente descansar.
Aunque algo le faltaba.
No podría decir que era, pero tenía un sentimiento de inconformidad en su pecho. Como si su alma estuviera en una constante búsqueda de algo que, en realidad, él debe crear para poder encontrar; sentía su corazón gritar con anhelo por tener ese algo suyo, ese algo que le acompañase en su curioso descubrimiento de sus capacidades y creaciones. Desde un tiempo atrás, estuvo pensado en crear algo, algo tan suyo que no estaba del todo seguro cómo nombrar.
Pero no se había tomado el tiempo de idear concretamente aquel deseo. Tal vez lo haría, o tal vez disfrutaría de su soledad un poco más de tiempo. No le encantaba la soledad, pues el espacio es demasiado grande solo para él, aunque estaba bien.
Hasta que, un día, finalmente tuvo la inspiración que su alma necesitaba.
Fue algo repentino, tan sencillo que fue fácil saber que eso era lo que debía hacer. Esa mañana despertó y su corazón lo dijo, le rogó que lo hiciera y le dio libertad suficiente para crearlo.
Decidió que ese día crearía algo nuevo, algo que fuera similar a sí mismo.
Pero él no quería solo algo, no quería algo simple y reemplazable, algo que fuera similar al millón de cosas que podía crear. No, él quería a alguien que lo acompañara por la eternidad y que, de la mejor manera, sería su mayor deseo, su más esperada creación. Un deseo que su alma le estuvo pidiendo y que, por fin, iba a recibir.
Así que, en lugar de continuar con su descanso, se posicionó frente a su trono, comenzando a liberar esos pequeños susurros que lo guiaban para crear, y movía sus manos en una sinfonía inexistente.
Se guió por sí mismo, por cómo se veía y sus propias cualidades físicas, pero con un toque de frescura y distinción.
Tomó algo de luz, e hizo una rasgadura en su palma para mezclar con parte de su sangre, y uso eso como base para moldear su nueva creación. Esa sería su alma, tan brillante, delicada y pura que, en realidad, Harry no podría compararse con él.
Para el cabello, decidió que tendría el color de la madera de árbol, y sus ojos poseerían lo más profundo del mar, el más inocente y limpio color que alguna vez se tomó el tiempo de crear. Llevo tiempo, quería un color exacto de azul, un color perfecto y singular; moldeó una figura delgada, algo pequeña en comparación a él, con labios delgados y definidos pómulos, una pequeña nariz y piel clara. Trazó cada una de sus facciones con delicadeza y suaves toques, para que cada pequeño detalle en el fuera inigualable.
Le dio conciencia, potencial para tomar decisiones sobre sí mismo, la capacidad de sentir y, por último, un par de alas blancas como las de un pájaro, pero mucho más grandes, para después vestirlo con metales creados por él.
Tal vez seria la definición de perfección en algún futuro, pero ese día decidió ponerle un nombre y una raza.
Entonces nació Louis, el primer arcángel.
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Lovers in the Light of Hell ▪ ︎L. S. [En Edición]
Ciencia Ficción[En edición.] Cuando la tierra estuvo completa y Harry tuvo un momento de descanso, entendió que necesitaba compañía en el cielo, pues ni siquiera un Dios es merecedor de soledad. Entonces, creó a Louis, su primer arcángel; alguien con quien podrí...