4: Andrea Glade.

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Aidan.

Hablé con Marcus, me reclamó haberle quitado el teléfono y me dijo que ella no quiere ir a cenar conmigo. Lo entiendo, pero no me importa, estoy feliz mientras esté conmigo.

En el camino no me habla ni me mira, me ignora a toda costa y es molesto.

Indagué en su teléfono y parece que estaba hablando con un chico, no sé quién es y espero que no sea lo que yo creo.

—Luz —La llamé.

—¿Sí?

—¿Estás bien?

—Sí ¿Por qué?

Sus palabras muestran desinterés, me jode que no tenga confianza para hablar conmigo, con su padre habla sin parar y le cuenta todo, bromea y se ríe. A mí me trata como un desconocido.

—No me has hablado.

Suelta un suspiro de cansancio y en un intento por no ser descortés me responde.

—¿Usted quiere hablar?

«Bien Aidan, solo calmate».

Empezó a teclear en el teléfono, lo bueno es que le puse un chip de rastreo y conecté el aparato a mi computadora antes de dárselo. Quiero saber con quién habla y sobre qué.

Me detuve en un semáforo y miré de soslayo dándome cuenta que estaba leyendo. No sé cómo prefiere leer que hablarme.

Arranqué el teléfono de sus manos y lo tiré al asiento de atrás. Ella se encogió del susto sobre el asiento y apreté el volante para intentar no mirarla, porque estoy seguro que los ojos rojos no van a pasar desapercibidos.

—¿En serio vas a leer? Es de mala educación ignorar a la gente a tu alrededor.

—Señor, usted me ignoró, pensé que no quería hablar.

—Deja de llamarme señor, soy Aidan para ti.

Cruzó las piernas y se recostó en la puerta, en un intento de ponerse lejos de mí. ¡Maldita sea con esta rubia!

¿Rubia? Me gusta ese apodo. «Mi rubia».

No es rubia, pero su castaño casi dorado y la piel clara hacen que el nombre le caiga como anillo al dedo. Una sonrisa se formó en mi rostro con el pensamiento.

En silencio llegamos a la casa de mi amigo de toda la vida, Joel Glade.

La servidumbre nos recibió y nos llevó al jardín, están presentes todos los alfas de todas las manadas junto a sus lunas. Es la primera vez que yo traigo una mujer a alguna junta, por lo tanto los murmullos no se hicieron esperar y todos demostraron asombro.

Después de tanto tiempo, la gente perdió las esperanzas de que el gran alfa real encontraría a su Luna. «Yo llegué a pensar lo mismo».

—Aidan —Joel se acercó e hizo una reverencia antes de saludarme- ¿Cómo estás amigo?

—Muy bien ¿Qué tal tú y tu familia? —Hablé manteniendo las distancias prudentes que usamos en público.

Joel tenía 27 años, no había encontrado a su mate aún, y era uno de mis mejores alfas dueño de una de las más grandes manadas.

—Mis padres y hermana están bien —Me sonríe y pasa la vista a la chica que tengo al lado. Su mano y la mía están entrelazadas, puedo sentir sus nervios y la aprieto en señal de apoyo.

—Te presento a Luz Bonnet.

Mi amigo hizo una reverencia antes de darle la mano. Él sabe que ella es mi Luna, apenas la encontré se lo hice saber, ya que somos amigos desde siempre.

Mate del alfa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora