Prólogo.

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Una sonrisa lenta de extendió por mi rostro de forma incosciente mientras veía a mi pequeño bebé pintar sobre una hoja blanca.

Estaba tirado en el suelo, con sus pequeñas manos agarrando el color rojo. Hacía líneas sin sentido, haciendo círculos por todo el papel. Sentí el pecho lleno de amor al ver su mirada de concentración, tan parecida a la de su padre que la profundidad de los mismos me impresionaban.

De repente, mi pequeño levantó la mirada y la clavó en mí. Una sonrisa lenta se extendió en su rostro, idéntica a la de su padre, y se levantó con el dibujo arrugado en sus manos.

Me reí cuando le vi correr hasta el sofá donde estaba sentada, observándole.

Tenía el pelo castaño, pero con unos reflejos rojizos que hacían resaltar el azul océano de sus ojos.

Cuando lo tuve por primera vez entre mis brazos, agradecí mil y una vez cuando me miró con los ojos de su padre.

Cuando mi niño llegó a mí, lo cogí en brazos y lo senté en mis piernas mientras me mostraba el dibujo de forma orgullosa.

-Bidujo...-balbuceó él, con una risa y mis hoyuelos-. ¡Mami bidujo!

Me reí y le besé la cabeza mientras miraba el dibujo. Estaba lleno de colores, de círculos sin sentido. Aún así, me sentí tan orgullosa como supe que se sentiría Ted.
O al menos, eso espero...

Sentí como mi sonrisa se rompía un poco ante el pensamiento, pero cuando Phoebe entró al salón, la recompuse con facilidad.

Estos dos años Phoebe había cambiado, aunque no para mal.

Simplemente estaba más... Independiente. Se mudó de casa, consiguiendo un precioso apartamento en el centro. También cambió de aspecto: ahora llevaba ropa más atrevida que hacía que Ted y Christian se escandalizaran; y se había cortado el pelo, que ahora llevaba por debajo de los hombros.

-¡Hola pequeño Alexander! -Phoebe se lanzó al sofá, cayendo sobre nosotros dos.

-¡Pheeee! -gritó mi bebé, riéndose debajo de ella. Mi pequeño Alexander amaba a su tía como a la que más, porque era su compañera de juegos y travesuras.

-Mi bidujo...-Alexander le ofreció el papel arrugado y Phoebe puso una cara de sorpresa.

-¡Qué bonito bidujo! -dijo Phoebe, riéndose-. ¿Por qué no me dibujas uno para mí? Éste es de mamá...

Mi niño hizo un sonido de satisfacción, asintió y saltó de mis rodillas hasta el suelo. Corrió hasta donde tenía los nuevos papeles y empezó a colorear.

-Hola cuñadita -Phoebe me besó la mejilla y yo le devolví el beso-. ¿Todavía no ha vuelto Ted?

Yo me mordí el labio y miré a mi niño, que estaba concentrado observando los colores que usaría.

-No...-me aclaré la garganta-. Estará ocupado... Supongo.

Phoebe hizo una mueca de incomodidad.

-Ese inepto...-resopló-. ¡Qué idiota es!

De repente, el sonido de unas llaves y una puerta cerrarse, nos sobresaltó.

Mi hijo se levantó a duras penas y cuando corrió hasta la puerta se me paró el corazón.

Allí, tan guapo como siempre, estaba Ted. Acogió a mi hijo en un abrazo y cuando nuestros ojos colisionaron, tragué con fuerza.
Papá estaba en casa.

Una luz para cada sombra. [Segunda temporada de Theodore Grey.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora