•♀️| Capítulo 6

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✎ 6.Real

Amanda entró a aquel rincón al que no quería volver nunca. Alzó la vista por un segundo y vio a Valentín leyendo algo en su computador. Llevaba su camisa blanca de rayas crema, y su pelo negro bien peinado.

Antes de sentarse en la silla, la alejó a una distancia formidable en la que no estuviese que estar tan cerca de él, y luego se sentó.

Su corazón, de por sí acelerado, se aceleró aún más. Sus manos recibieron el sudor frío, y su respiración se convirtió en una máquina averiada.

Desde antes de pasar por la puerta los nerviosa ya estaban con ella.

No solo estaba imaginando cosas en ese momento, sino que estaba en el espacio que había imaginado.

En cualquier momento me hará daño. No puedo estar aquí sola. Quiero salir de aquí. El pañuelo, ¿para qué rayos quiere un pañuelo? Hay no, seguro...seguro me va a ahogar con el pañuelo, no debía traerlo, yo no debí... Si tan solo pudiera salir de aqui...

La ansiedad recorría todo su cuerpo. Todo era producto de su imaginación; lo sabía, pero las cosas eran muy reales en su cabeza.

Suspiró y miró los ojos celestes de Valentín, luego miró sus labios para evadir lo intimidante que era su mirada.

-¿Cómo has estado estos últimos días? -dijo Valentín.

-Un poco mejor...gracias -dijo, mirando la pared detrás de él.

-Veo que me has mirado a los ojos, eso es un gran paso, pero hoy quiero ir un poco más lejos. ¿Trajiste el pañuelo?

-Sí.

Su corazón estaba por calmarse un poco, pero volvió a sacudirse de un tirón. «Ir un poco más lejos», ¿qué quería decir con eso?

Sus palmas volvieron a convertirse en mares, que, en vez de agua, tenían sudor.

-No te asustes -dijo Valentín levantándose de su escritorio-. No voy a hacerte daño.

-Eso ya lo sé -dijo Amanda mirando como sus manos temblaban-, pero mi mente... y mi cuerpo no.

-Tranquila -dijo Valentín apoyándose detrás de su escritorio-. Te prometo que de a poco lo harán -sonrió.

Subió la mirada hasta llegar a la radiante sonrisa de Valentín, pero mientras más sostenía la mirada en él, más nervios sentía. Era invadida por un montón de hormigas escalofriantes que subían y bajaban por todo su organismo.

Mirar a un hombre era ver el infierno que había pasado hacía unos años, era sentir miedo de que las cosas se repitieran.

Valentín buscó una silla y la puso frente a ella, luego se alejó hasta apoyarse de nuevo en su escritorio.

-¿Sos creativa?

-Un poco -respondió Amanda.

-Necesitaré de tu imaginación para esto -dijo Valentín con una serena sonrisa -. Quiero que te pongas el pañuelo y cierres los ojos.

Amanda sacó el pañuelo de entre sus jeans y se lo puso. No veía nada, pero igual cerró los ojos. Se sentía mejor con ellos cerrados, así no podría ver la imagen de quién le provocaba tanto miedo.

Ahora podía ser más consciente de sus latidos exasperados que empezaban a decaer, y de la mezcla de sensaciones que experimentaba su cuerpo.

-Quiero que imagines mentalmente la silla que acabo de poner enfrente. Puede ser como vos querás, no tiene que ser como la original.

Ni siquiera la voz de Valentín lograba sacarla de ese estado en el que se encontraba. El miedo se había reducido notablemente, y su corazón, al igual que su respiración, se estaba estabilizando.

Imaginó una silla de color rosa, y como le gustaba imaginar porque eso la sacaba por un rato del mundo, le añadió bolitas negras.

-¿Ya la tienes? -dijo Valentín.

-Sí.

-Ahora imagina una silueta masculina detrás de la silla. Es negra, o bueno del color que vos querás. No le podés ver la cara ni el cuerpo, es completamente de un color, como una ilusión de humo.

Amanda imaginó esa silueta, también era de color rosa, y eso la hizo sentir más tranquila.

-Ahora imagina que esa silueta se acerca con pasos lentos. -Volvió a decir Valentín.

Amanda imaginó como la silueta se acercaba y sintió una pizca de terror.

-La silueta es amable, no te hará daño, tranquila.

»Ahora pone sus manos humosas en la espalda de la silla.

Amanda imaginó por un instante que la silueta le sonreía, porque la voz de su locutor era tan calmada que se sintió protegida. La silueta parecía más un sueño que una fantasía guiada.

-Ahora la silueta se sienta en la silla, cerca de vos. Y se le está dibujando un rostro vago. Dos puntos negros que son sus ojos, con los que te mira, y una sonrisa leve pero amigable.

La silueta le dio paz.

-¿Qué sentís con la silueta cerca de vos en la silla? -dijo Valentín.

-Me siento bien, en paz -dijo Amanda.

-Ahora quiero que sigas viendo esa silueta, con una sonrisa en la que no muestre los dientes, si es que tiene. Mientras tanto, vos contá hasta 20 en voz alta, y cuando llegues a 20 te quitás la venda.

-Está bien. Uno...dos...tres...cuatro...

Amanda siguió contando con pausa en voz alta. Estaba totalmente dentro de su fantasía y no escuchaba más que su propia voz. Su respiración era lenta y suave. La silueta le sonreía levemente, con su humeante cuerpo rosa.

-Diecisiete...dieciocho...diecinueve...veinte.

Se quitó la venda y se echó hacia atrás de golpe. La silla real no estaba vacía, en ella estaba Valentín, y aunque era una distancia prudente, no soportaba ver como la miraba. Tenía la misma sonrisa de boca cerrada que la silueta imaginada minutos atrás.

De inmediato llegaron los nervios y las ansias de huir a como diera lugar. Estaba tan inmersa en su mente que no escuchó cuando Valentín se sentó.

-Tranquila -dijo Valentín sonriendo-. Has llegado muy lejos y de seguro estás muy nerviosa.

-Sí, me quiero ir ya, no soporto esto -dijo Amanda moviendo sus manos sobre su regazo.
Valentín extendió su mano hasta llegar a su regazo. Ella lo miró con los ojos bien abiertos.

Dios, ¿que piensa hacer? ¿Qué demonios se atreverá a hacer? Está muy cerca de...

-Cierra los ojos y dame tu mano -ordenó Valentín con suavidad.

Amanda sentía como el mundo se le venía encima. No podía darle la mano: La duda, la incertidumbre, el miedo, no soportaba tantas emociones. Y al mismo tiempo no tenía la confianza para dársela, pero debía hacerlo aunque se orinara allí mismo.

Cerró los ojos y le tendió la mano. Enseguida sintió la piel suave y cálida de Valentín sobre la suya; aquello se sentía bien, quizás demasiado.

Después de cinco segundos quitó su mano de golpe y abrió los ojos.

-Está bien -dijo Valentín, se levantó y le brindó una sonrisa-. Has hecho un gran trabajo hoy.

Que linda sonrisa tiene, pero me provoca tanto miedo mirarlo...

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