16. Red Code

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La oficina blanca, los sofás blancos, las paredes blancas, las putas luces blancas...

Podía sentir la mirada de papá sobre mí. Él me veía sentado desde al frente, en una jodida silla blanca también.

Se supone que eso debía traer paz.

Pienso que deberías tomar las pastillas otra vez, Liam —papá dijo en un tono suave, pero firme.

Exhalé en silencio intentando relajarme.

—No las necesito.

—Sabes que la reacción que tuviste no fue normal, Li...

—Solo fue una vez.

—Y es por eso que necesitas volver a las pastillas.

Tragué saliva bajando aun más mi cabeza. Mis muelas se apretaron por inercia, pero no porque este molesto, sino porque me sentía avergonzado de tener a mi papá regañándome como si fuera un niño de nuevo.

—Las he dejado de tomar hace 5 años, papá, ya sé controlarme —musité.

Lo escuché suspirar muy bajito. Él subió su tobillo derecho y lo apoyó en su rodilla izquierda.

—Lo hablé con tu mamá... ella piensa que no es necesario.

—Porque no lo es.

—Li, le gritaste, le dijiste que se vaya, la despediste —me recordó—. Y ella pidió que pararas de gritar, y tú solo seguiste gritando... ¿sabes por qué pidió eso?

—Porque la estaba asustando...

Cuando era niño sufría de problemas de comportamiento. No importaba cuánto amor y paciencia me tenían mis padres... si pasaba algo que me frustraba o molestaba... yo reaccionaba mal. Gritando, gritando a la gente a mi alrededor, rindiéndome conmigo mismo.

Después de unos meses y observaciones por el doctor, identificaron que ocurría únicamente cuando me sentía atacado, alterado, o en el peor caso: molesto. Fui a terapia de comportamiento como cualquier niño de mi edad que a veces era malcriado... solo que yo no lo era. Simplemente no sabía controlarme.

A veces, cuando era niño, tomaba unas pastillas que servían para mantenerme tranquilo. Solo cuando mis papás sabían que podría haber la posibilidad de que me altere en una situación, ellos me la daban y así yo permanecía en calma.

Al crecer y convertirme en un adolescente, pude aprender a controlarme. Iba a terapia dos veces por semana, y el hablar con una señora en bata se me hacía liberador. Me ayudó mucho y me enseñó técnicas de relajación y control para poder dejar esas pastillas.

No había tenido más problemas. No me había enfadado, ni sentido tan triste, ni molesto, ni amenazado en todos estos años... de verdad estaba haciendo un buen trabajo... hasta lo que pasó hace dos días con Abby.

Papá no recibió ninguna firma por parte de la rubia así que me preguntó qué ocurrió, y yo tuve que contarle. Detalle a detalle. Él, preocupado de mi situación, decidió venir a verme hasta donde nos encontrábamos ahora: Florida. Me trajo a un jodido salón de yoga y rentó un cuarto por una hora.

—¿Y luego solo la dejaste en ese supermercado? ¿En qué momento yo te enseñé a ser así?

—Estaba molesto y decepcionado, pá.

—No te pudiste controlar, osito... eso me preocupa.

—No ha pasado nada malo en estos años... ni siquiera cuando pasó lo de Isabel.

LIAM STYLESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora