Cerberus II

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La segunda voz vociferaba enojada:

"¡Hazlo, cómetelas todas y no dejes nada!"

Ingerí las pastillas hasta que llenaron mi profundo abismo.

Una vez ahí, se encargaron de liberar toxinas en mi organismo.


El veneno surtió efecto,

parecía que por fin acabaría mi sufrimiento.

Pero no fue suficiente,

faltaron unas pocas para destruir el recipiente.


El perro de tres cabezas estaba furioso,

su dosis no había tenido un resultado fructuoso.

"¿Cómo es que una escoria como tú puede ser tan resistente?"

No lo sé, respondí en mi mente.


Lentamente la segunda voz se apagó,

la cabeza que la producía fue consumida por el fuego de su ira y palideció.


Sin embargo, una más me miraba de reojo.

¿Qué estaría dispuesta a hacer para complacer sus antojos?



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