Capítulo 1. Tiempo de entreguerras

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Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad.

Lovecraft

POV Anne

1943

Apenas llevaba unos días en aquel infierno en la Tierra. Sin embargo, me habían arrebatado cosas tan importantes como la identidad. Miraba el número tatuado a la fuerza con rabia, sabía que si intentaba borrarlo sería inútil. Típico en el campo de Auschwitz, el nuevo capitán cogió la costumbre de tatuar un número a todos los presos y muchos pasamos a tener esas marcas en nuestra piel desde nuestra llegada. Había visto como varias compañeras de barracón, que llevaban más tiempo que yo allí, tenían cicatrices en el primer número y se lo habían vuelto a tatuar de nuevo, además de castigarlas por ello. Una incluso murió cuando un soldado decidió volver a ponérselo a cuchillo y se pasó de profundidad seccionado un vaso del brazo. Nadie la auxilió y todas la vieron desangrarse horrorizadas mientras el soldado y varios compañeros se reían al ver como la vida se le escapaba según la sangre empapaba el suelo.

Yo, Anne Lukin, me convertiría en un nombre olvidado. Un número que me marcaría de por vida y que, al parecer, no tardaría mucho en consumirme como las brasas de una chimenea lo hacían en casa al rayar el alba.

Mi casa estaba ahora ocupada por un alto cargo alemán. Esa casa en donde había vivido los mejores años de su vida ajena a todo y donde tantos recuerdos había atesorado. Fue justo el ir a mi casa de nuevo, después de tantos años, lo que me había conducido hasta el agujero donde me encontraba ahora.

1920 - 1923

Yo nací en Alemania en verano de 1920. Todo el mundo aún seguía recuperándose de las secuelas que la Primera Guerra Mundial había provocado tanto en Alemania como en todo el continente europeo. Mis padres, un pianista de prestigio y una soprano bastante conocida en el viejo continente consiguieron salir de su país y buscar refugio en casa de unos familiares y esperar pacientemente viendo como el país que conocían, el mundo que ellos creían seguro, se desmoronaba sin remedio. Diez millones de muertos y economías devastadas. La disolución de los imperios alemán, austrohúngaro, otomano y ruso trajo consigo la creación de nuevos territorios y pérdidas de colonias en favor de los vencedores aliados. En 1919, el 28 de junio, el Tratado de Versalles en París acabó oficialmente con la guerra. Más de cincuenta países lo firmaron y Alemania obtuvo el armisticio que perseguía desde noviembre del año anterior y que costó meses de duras negociaciones que, por fin, acabaron en la Sala de los Espejos en Versalles.

Fue entonces cuando mis padres, los Lukin, decidieron dejar la seguridad de su familia en Palestina, que estaba bajo mandato británico desde que se produjo la derrota otomana en la Primera Guerra Mundial, para volver a empezar en Berlín. Además, el movimiento sionista estaba provocando grandes tensiones en Palestina. Ni siquiera sabían si su antiguo hogar seguiría en pie. Se fueron prácticamente con lo puesto de vuelta a su casa y no tardaron en darse cuenta que la Alemania que habían conocido, poco tenía que ver con la que se presentaba ante ellos.

Con los ahorros que habían guardado antes de la guerra y la vuelta, poco a poco, de la vida social a Alemania, mis padres volvieron a los escenarios de los Lukin. Cuando llevaban seis meses en Berlín, mi madre se quedó embarazada de mí y tuvieron que restringir los viajes para que tanto mi madre tuviera un embarazo sin complicaciones. El barrio era tranquilo, con grandes casas de gente adinerada. Sin embargo, las amistades que tenían antes de la guerra ahora parecía que les recibían con hipocresía y falsedad. Su condición de judíos tampoco ayudaba, aunque no se lo decían abiertamente y notaban como sus conocidos se mostraban cautelosos e, incluso, recelosos.

Fräulein AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora