Capítulo 13

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Abigail

Me mantengo alejada de la multitud mientras observo el espectáculo que los querubines han preparado, el sonido suave de la arpa mezclado con la tonalidad de la flauta dulce crean una melodía pausada y armoniosa que el resto de ángeles disfruta mientras aceptan la fruta que las mujeres les entregan.

Cosas así eran comunes en el cielo; los ángeles de rango inferior preparaban festines, actos musicales, juegos conmemorativos para el gusto del resto, no se celebraba nada, era por pura entretención.

La mayoría de veces no asistía a estas cosas porque no era fanática de pasar mi tiempo con ellos, a veces Saril me insistía para que la acompañara después de entrenar y lograba convencerme, pero esas veces no habían sido más que dos o tres.

Con esta eran cuatro.

Niego con mi cabeza cuando me ofrecen una bandeja repleta con uvas, fresas, trozos de piña y melón, la arcángel a mi lado saca un par de fresas y las muerde como si eso fuera lo único que la calmara.

Ha estado media intranquila desde que Miguel no llegó hoy en la mañana como dijo que lo haría, intenté decirle que no se preocupara porque de seguro solo se atrasó, y al principio sirvió, pero con el paso de las horas volvió al mismo estado.

—Te vas a terminar mordiendo los dedos.— le digo rodando los ojos.

Ella resopla cuando se da cuenta que ya no queda fruta de la que comer y solo el tallo de hojas, intento concentrarme en la música que los querubines tocan al igual que el resto pero su voz me distrae.

—Tengo un mal presentimiento, Abigail.— susurra con los ojos dorados llenos de preocupación.

—Recuerda que estás hablando de Miguel arcángel, no de cualquier tipo de por ahí.— no sé porqué me molesto en calmarla, si sé que diga lo que diga va a seguir igual.

—Eso no importa, ¿no te parece extraño que solo se haya ido?

—No solo se fue, nos avisó y me pidió que te dijera a ti.— la corrijo.

Rueda sus ojos.

—Solo estas siendo dramática, Saril.— agrego y ella niega con su cabeza.

—No, sigo pensando que...

No alcanza a terminar por el sonido abrupto de un grito de pánico que estalla en todo el castillo.

La música se detiene de golpe, las palabras callan y se me eriza cada bendito vello en el cuerpo por la impresión.

Un par de segundos pasan, otro alarido de terror nos azota los oídos y seguido de él, el sonido de un llanto nos pone a todos en alerta.

—¡No!—la misma voz grita aguda.

Un par de arcángeles y yo nos colocamos de pie, los querubines están inmóviles y el resto está intentando descubrir de dónde viene el grito y porqué se siente como si taladrara en cada piso y cada pared existente.

—¡Ayuda!— vuelven a gritar— ¡Ayuda, por favor!

De repente, todo el mundo se comienza a mover. La paranoia comienza a subirme por los tobillos mientras salimos de la sala pero no dejo que me domine. Raguel y Rafael toman la delantera adelantándose para ir en ayuda de la criatura que necesita auxilio, y el resto avanza en medio de empujones.

El llanto no se detiene, Saril camina detrás de mi con una expresión indescriptible en el rostro e intento no hacerle caso a la forma en la que mi corazón se dispara por el pánico que me provoca.

De alguna forma, me doy cuenta que los arcángeles salen por la entrada de oro corriendo desesperados, seguidos de ellos unos cuantos ángeles más que no reconozco.

PERDICIÓN (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora