Capítulo 12

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Abigail

Golpeo el saco de boxeo frente a mí sin parar, mis puños contra el material duro son certeros, firmes y veloces. Mi cuerpo responde la rabia que manejo, contengo aire por la boca antes de volverlo a soltar, doy pequeños saltos con la mirada fija en el saco, y vuelvo a atacar con derechazos e izquierdazos.

Intento dejar de pensar, intento colocar toda mi concentración en un solo lugar y deshacerme de todo lo que sucede a mi alrededor, pero la ira que destilo me lo impide, se hace cargo de mis ideas aun cuando hago mi mayor intento por alejarlas y llegado un momento, el saco frente a mí desaparece y a quién le atesto golpes es a un imbécil de metro noventa, cabello azabache y ojos de fuego infernal que se las arregla para clavarse en mis pensamientos a más no poder.

Arremeto contra él con violencia, los nudillos me arden, aprieto los dientes al visualizar su imagen. La cadena en el techo vibra y rechina, pero no me detengo. No dejo que absolutamente nada se entrometa entre los puñetazos violentos que salen de mi interior.

Mi fuerza es desmedida, de un momento a otro, el saco sale volando al otro lado del gimnasio, por poco impacta con una de las pesas, y el metal que lo sostenía cae al piso causando un sonido estruendoso. Me enderezo de golpe, mi pecho sube y baja al ritmo de mi respiración agitada y me quedo como estúpida de pie procesando lo que acaba de pasar.

Unos pocos ángeles que se entrenan me miran con el ceño fruncido al ver lo que hice, trago saliva y me quito las vendas que envuelven mis manos antes de acercarme a recogerlo.

—Eso fue asombroso.— una voz dice a mis espaldas, la reconozco de inmediato y me volteo hacía ella en una fracción de segundo.

Es Madre.

Ahora que la tengo de frente, me parece mucho más impresionante que antes. Su cabello platinado es sedoso y cae por sus hombros hasta su cintura como una tormenta de nieve, sus facciones realzadas y pulcras tienen un aire maduro, pero juvenil a la vez. Casi demasiado. Es de mi altura, o con unos escasos centímetros de diferencia y el vestido blanco que trae puesto es tan largo que se arrastra detrás de ella.

Mis ojos se abren de par en par por la sorpresa. Bueno, no es que no esperaba que viniera a hablarme, sabía que iba a hacerlo, pero no creí que fuera tan pronto. Solo han pasado unas horas desde que se presentó ayer, además, no sé cómo se supone que deba sentirme o cómo deba actuar cuando escuche lo que tenga que decir.

—No nos hemos presentado personalmente.— agrega al tiempo que sonríe.

—Creo que ya sabes quién soy— respondo, las palabras salen de mi boca sin pensarlas.

Ella asiente.

—Si, lo sé de sobra.— su expresión es gentil y suave, cosa que me pone algo nerviosa.— Sin embargo, me da la impresión de que tu no sabes muy bien quién soy yo.

Trago duro, no puedo negar eso.

—¿Te apetecería acompañarme en un paseo?

Me lo pienso, pero de todas formas sé que no puedo rehusarme, así que asiento con mi cabeza al tiempo que me aseguro de recordarme que no actúe como una idiota frente a ella.

Madre sonríe con dulzura:—Te espero afuera.— anuncia antes de dirigirse a la salida del gimnasio.

Me encamino a la parte trasera rápidamente para asearme por completo, una vez estoy limpia y seca me encierro en los vestidores quitándome la ropa especial que utilizo para entrenar, y saco la de cambio que, por obligación, debemos traer todos los que ocupamos el gimnasio con regularidad, puesto que no está permitido deambular por el castillo con ropa poco adecuada al lugar en el que vivimos. Me coloco un pantalón de tela ancho color crema junto con una camiseta del mismo color que revela mi ombligo, suelto mi cabello y no me molesto en hacer lucir mis alas, nunca lo hago, solo cuando es de sumo requerimiento.

PERDICIÓN (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora