Capítulo 15

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Abigail

36 horas después

Normalizo mi respiración y detengo el saco con mis manos mientras noto como Haniel, la ángel parte de la legión que me llamó ''fenómeno'' ayer, sale por el umbral de una de las puertas dirigiéndose a la salida, al parecer ya acabó con su entrenamiento del día.

Me mira con veneno al notar que sigo aquí, y se endereza intentando no hacer notorio lo mucho que le jode lo que significa. Desde nuestro enfrentamiento que parece tensa con el hecho de que también seré partícipe del cónclave, soy la única fuera de la legión que se atrevió a apuntarse y no es un secreto que el ego de un ser con renombre es fácil de tocar.

Me quito los guantes con indiferencia mirando como se marcha del gimnasio echando humo. No me podría interesar menos lo que opinen, es más, es por eso mismo que también voy a la pelea, porque necesito que lo entiendan y que por más que intenten hacer algo al respecto, no pueden pisotearme.

Aparto los pensamientos distractores de mi cabeza y me concentro en lo importante, el tiempo se acorta y como Raguel nos dijo, he ocupado el mío en ejercitar y prepararme a más no poder. Si quiero ganar, debo estar al cien por ciento.

Hago una serie de flexiones, lagartijas y abdominales para fortalecer mi resistencia. Trepo paredes y hago maniobras de aguante con los rayos eléctricos que manejo. Antes los odiaba, pero la sensación vibrante en mis dedos me trae recuerdos y por eso he aprendido a usarlos mejor que todas mis demás habilidades, aparte de volar, claro.

Práctico distintos tipos de ataque y también de defensa. En el cónclave tenemos permitido usar solamente armas blancas, así que entreno con la lanza, la espada y lanzando cuchillos a la pared de madera y dando justo en el blanco.

Me siento a beber agua y me quito las vendas de las manos, tengo un par de cortes, pero nada grave. Me coloco un nuevo par y me seco el sudor.

Estoy a punto de colocarme de pie cuando veo la figura que entra por la puerta del gimnasio, y en seguida se me esfuma el humor.

Trae una toalla colgada al hombro y ropa de entrenamiento, su aura peligrosa es difícil de pasar desapercibida y su energía me golpea los sentidos como una ola apenas llega. No mira a nadie mientras camina y no puedo evitar preguntarme qué diablos hace Mathea aquí.

El resto de ángeles también lo ven y no disimulan la mala cara, noto como recogen sus cosas con rápidez sin que el príncipe ni los repare, no sé qué clase de regla se supone que hay, pero creo que él les intimida lo suficiente para decidir irse cuando llega a la habitación.

Terminamos quedando solos los dos en el gimnasio, el enojo que siento hacía él crece potencialmente mientras sin parecer notar mi presencia, se despoja de su playera.

Aparto la mirada y me concentro en atar mis cordones con firmeza, escucho el sonido de las pesas pero lo ignoro. No voy a terminar con mi rutina solo porque a él se le ocurrió aparecer ni de broma.

Vuelvo a los cuchillos sin ser capaz de concentrarme, aún le tengo rabia guardada por lo que me hizo pasar con los Jueces y tenerlo aquí solo detona mi poca y casi nula calma.

Me muerdo la lengua cuando las impulsivas ganas de ir a gritarle crecen, hasta me imagino lanzándole una de las navajas y tengo que obligarme a mí misma a prestar atención. Sé que fui yo quién le exigió explícitamente que no quería que me hablara por nada del mundo, pero no soy capaz de contener el enojo mucho más y me encamino en su dirección sin poder detenerme.

Me arrepiento cuando alerta el sonido de mis pasos y se gira hacía mí, pero a pesar de todo, no me detengo. Me planto frente a él y escupo con la rabia acribillada:

PERDICIÓN (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora