Capítulo 4

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Abigail

—Solo me interesa saber una cosa.

Una sola pregunta se cruza por mi cabeza, una que no me ha dejado dormir en los últimos tres días, y que me importa más que todo lo que se supone tengo que hacer.

—¿Qué?

Miro a Azazel durante un instante, quién se ha sentado en la cama observando nuestra conversación en silencio, regreso mi mirada hacía Saril, quién me observa de igual forma.

No puedo evitar observarla más a detalle ahora que me encuentro más tranquila. Su cabello largo y rojizo está peinado meticulosamente en dos trenzas que se encuentran a los lados de su cabeza, con un par de mechones sueltos que caen por su frente; su rostro, sin ni una imperfección y con un brillo natural, luce como si hubiera nacido con maquillaje puesto. Es hermosa, luce delicada como una pluma.

Sacudo mi cabeza, suspirando antes de decir:

—¿Como está mi familia?—es la duda más grande que tengo, y la que más me acongoja.—...¿Mi papá, Tristán? ¿qué piensan que me pasó?

La arcángel se muerde el labio pensando en las palabras que usar para responder, apoyando su espalda en la pared blanca al lado de la puerta.

—Te reportaron como persona desaparecida.— mi pecho se contrae con fuerza al pensar en ellos, en lo preocupados que deben de estar— La última vez que te vieron fue el viernes antes de que fueras al hogar de Galilea, ¿verdad?

Asiento en silencio.

—Piensan que no has vuelto desde entonces.— suelta una bocanada de aire.—Aún no se determina que es lo que haremos para cerrar el asunto.

Me muerdo el interior del labio, intentando contener las lágrimas que se aproximan. Ya no quiero llorar, al menos no en frente de ellos, no quiero que sigan creyendo que soy débil.

Pero lo era.

—¿Y qué es lo que crees que harán?— murmuro a modo de pregunta

—No lo sé, nunca hemos tenido el caso de un ángel no nacido en el cielo.— emite con lentitud.— Pero lo más probable es que envíen un cuerpo con tu ADN para reportarte como muerta y terminar con su dolor.

Me río sin humor al oírla:— ¿Cómo van a terminar con su dolor si piensan que estoy muerta?

—¿Prefieres que vivan en un sufrimiento extenso al nunca saber por qué desapareciste?

—Porque importa un solo carajo lo que yo prefiera, ¿verdad?— bufo.

El silencio tenso que le siguen a mis palabras adustas y con saña, me hacen darme cuenta del aire que no noto estoy conteniendo.

El ambiente se torna cortante de nueva cuenta, soy capaz de percibir la frustración expediendose de la arcángel al escuchar lo dura que estoy siendo con ella. Y por un momento, quiero disculparme, pero me doy cuenta rápido de que no tengo que hacerlo, de que no le debo nada por más que intente ser toda linda conmigo. Tengo que recordarme eso.

—¿Puedo al menos...?— trago saliva un par de veces intentando alejar esos pensamientos y cambiando de tema.—¿Puedo despedirme de ellos?

Saril parece atrapada con mi petición, como si no supiera que hacer.

—No podemos arriesgarnos a que te vean.—deniega, aunque no suena muy segura.— Pero si es que te dejaran, no sabes usar tus alas aún y nadie aquí podría llevarte.

Quiero replicar que aprendo rápido pero una voz nos interrumpe.

—Yo la llevo.—se ofrece Azazel poniéndose de mi lado. La arcángel lo mira levantando las cejas con molestia, a lo que el demonio no se inmuta en lo más mínimo.— ¿Qué? ¿Le quitaron su vida de un jalón sin reproche y ahora tampoco quieren darle el derecho de despedirse de su familia y amigos?—Saril no responde.— Oye, que se supone que los que pueden sentir compasión aquí son ustedes, no el demonio.

PERDICIÓN (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora