Capítulo 16 [2]

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El combate final

Abigail

Los párpados me pesan, mis músculos están agarrotados, el cabello se me pega al rostro y al cuello, tengo el cuerpo entumecido por los golpes y las rajaduras, no siento las piernas, el dolor en mi abdomen se ha vuelto tan extremo al punto de que mi cuerpo ha perdido cualquier tipo de sensibilidad en la zona, y el cansancio va más allá de lo que puedo explicar.

Alguien camina conmigo a cuestas, sé quién es, respiro el aroma masculino y cálido que desprende y es imposible no reconocerlo, pero aunque quisiera apartarme, no puedo. La cabeza me da vueltas, saboreo mi propia sangre cuando trago saliva y soy cada vez más consciente de las heridas internas de mi boca, del dolor en mi pómulo, quijada, tórax y cada hueso de mi cuerpo.

Me sientan en un sitio con cuidado, el repentino frío que me embarga cuando la persona se aleja me hace sentir débil, me late la parte trasera del cráneo, el agotamiento no me deja sostener la cabeza así que la echo para delante. Segundos después, dos pares de manos comienzan a desprenderme los broches de la armadura.

—Esperen los dos afuera, vamos a asearla primero.— escucho la voz de Saril como si estuviera a kilómetros de mí, intento abrir los ojos, pero ni eso logro hacer.— Cuando terminemos la curaremos.

Oigo pasos y después el sonido de una puerta de metal cerrarse. Sin embargo...

—Mathea.— la voz de Lilith me sorprende de sobremanera.— Fuera.

—No voy a perderla de vista.

Un escalofrío me recorre la columna, hago otro intento por recuperar fuerzas y levantar la mirada, pero me es imposible.

—Se va a enfadar si se entera que la viste desnuda por andar de terco— le dice, y le agradezco en mi mente a Lilith.

—La he visto desnuda antes.— suelta como si no fuera la gran cosa.— No sé cuál es el problema.— suena determinado.

Terminan de quitarme la armadura, pero ni Saril ni Lilith se apuran a desvestirme con él aún aquí.

—Tu presencia solo retrasa las cosas, Mathea.— le dice la arcángel.— Espera afuera con Azazel y no lo hagas más tedioso.

Lo escucho resoplar antes de marcharse lanzando maldiciones al aire, la puerta se vuelve a cerrar y soy despojada de mi ropa con rápidez.

El agua fría me aclara los sentidos y me desadormece los músculos. Las dos mujeres me refriegan el cuerpo limpiando la sangre seca y son cuidadosas en la herida que tengo en la clavícula, brazo y estómago. Me terminan por deshacer la trenza que me habían hecho y me enjuagan el cabello con esmero y paciencia.

Despierto poco a poco en el proceso, me lavo el rostro, y cuando terminan ya soy capaz de levantarme de la tina por mi cuenta.

Saril sostiene ropas nuevas que los arcángeles entregaron a cada peleador y Lilith me ayuda a meter las piernas en el nuevo pantalón de cuero ajustado, está hecho para tener completa libertad de moverme como me dé la gana. Me peinan las hebras mojadas dejando que caigan por mi espalda, y me calzan los pies con un nuevo par de botas estilo militar.

Me coloco una playera negra de mangas largas antes de salir de regreso a la sala preparada únicamente para los ganadores de la primera fase.

Mathea y Azazel están ahí cuando salimos, el primero se voltea con los brazos cruzados sobre su pecho al escuchar la puerta y me mira fijamente con el ceño fruncido, sin decir nada.

No le presto atención porque mi amigo se lanza hacía mí.

—¡Eres la puta ama!— me dice con entusiasmo, apretujándome en sus brazos.— ¡Y ganaste como una puta ama!

PERDICIÓN (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora