Nuestro reencuentro

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Al día siguiente, Samantha se despertó sin resaca. No acostumbraba a tenerla, y además siempre se acordaba de todo, aunque eso a veces era más un problema que una ventaja. Como en aquel momento, que le estaba viniendo a la cabeza como le había dado por responder a la historia de Flavio con el emoji de corazones en los ojos. Y que él le había respuesto casi al acto con el que está avergonzado. Vergüenza la mía, que encima hoy tengo que verle, pensó. 

De repente, Dani le vino a la mente. Pero no como algo malo, simplemente como un recuerdo. Sabía que sería inevitable recordarlo en cada paso que diera en sus relaciones afectivas con otras personas, y no le importaba. Había llegado a un punto en el que le gustaba acordarse de él, de como la hacía sentir. Creía que, en cierta manera, mientras lo recordara, él nunca se iría del todo. Y quería que fuera así, porque Samantha no podría soportar la idea de dejar de recordarle, tanto a él como a Joan. Era una cosa que le daba mucho miedo, el pensar que podría olvidarse de sus risas, de sus voces o de sus aromas, y deseaba con todo su corazón que eso no pasara. 

Finalmente salió de la cama y miró el reloj. La una del mediodía. Entró en la ducha, que la dejó como nueva y se vistió. Al salir se encontró con Maialen en la cocina, a la que parecía que la resaca sí la afectaba. 

-Buenos días Mai. - dijo Samantha, cogiendo una taza para hacerse un café. 

-Buenos días titi. - contestó ella sin mucho ánimo. 

-¿Resaca? - preguntó. 

-Un poco, pero la suficiente como para estar en condiciones de volver a beber hoy. - confirmó la pamplonica, dejando un beso en la mejilla de su amiga antes de desaparecer al baño. 

Samantha se tomó su café descafeinado y decidió preparar el almuerzo, ya era algo tarde para desayunar y tenía hambre. Como las habilidades culinarias de la valenciana destacaban por su ausencia, optó por cocinar unos espaguetis con una salsa pesto de bote, que no tenía mucha complicación. Cuando Maialen salió de la ducha se alegró de que su amiga hubiera decidido preparar algo para rellenar su estómago, que hacía rato que se lo pedía. 

Así pues, comieron las dos juntas y pasaron la tarde tiradas en el sofá viendo películas chorras de esas que son perfectas para los días de no hacer nada. A las ocho en punto decidieron que era el momento de ir a prepararse para la cena y posterior fiesta. Maialen se puso unos pitillos de cuero negros, un top negro y una chaqueta también de cuero y también negra que le daba un toque macarra que le sentaba genial. Se hizo el eyeliner y se pintó los labios de color morado. Samantha pensó que estaba guapísima. 

La rubia optó por un vestido rojo corto de tirantes muy finos y ajustado al cuerpo que le quedaba de muerte. Se puso unos botines negros con un poco de tacón, se planchó el pelo y se maquilló un poco. No mucho, se hizo el eyeliner, pero no se pintó los labios. Se puso una cazadora blanca porque ya hacía algo de frío y cogió el bolso. 

Cuando estuvieron listas las dos, salieron de su piso en dirección al de Flavio y Hugo. No se dieron cuenta de que llegaban un poco tarde hasta que estuvieron en el metro. 

-Mierda, ¿a qué hora habíamos quedado? 

-A las nueve. - dijo Maialen. Samantha le enseñó en su móvil que eran las nueve y quince. - Ups. - dijo la navarra encogiéndose de hombros. 

A las nueve y veinticinco estaban llamando al timbre. Les abrieron la puerta sin preguntar quién eran, y subieron hasta el quinto piso en el ascensor. Un Hugo un poco mosqueado las esperaba en la puerta. 

-Mira, me iba a enfadar porque estáis llegando tarde a mi no-cumpleaños, pero QUÉ GUAPAS POR DIOH'. - exageró el cordobés dándoles un abrazo. 

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